Al dejar ese impenetrable silencio y descender por la vereda rocosa, siguiendo más abajo por

un torrente y pasando por muchas variedades de pinos y grandes cedros de la India, el sendero se ensanchaba cubriéndose de hierba. Era una mañana hermosa, apacible, con el aroma de un bosque exuberante. El sendero tomaba muchas curvas y estaba empezando a hacer calor. En los árboles cercanos había todo un grupo de monos con largas colas y cuerpos grises y peludos, cuyas caras brillaban en esa mañana soleada. Los críos se aferraban a sus madres y todo el grupo observaba, sin manifestar temor, a la solitaria figura. Vigilaban inmóviles. Y pronto apareció un grupo de sannyasis que bajaban cantando hacia una aldea distante. Su sánscrito era preciso y claro, indicando que provenían del lejano sur. El himno que cantaban estaba dedicado al sol de la mañana que da vida a todas las cosas y cuya bendición estuvo y está sobre todas las criaturas vivientes. Eran alrededor de ocho, tres o cuatro muy jóvenes, todos con las cabezas afeitadas, vestidos con túnicas azafranadas. Caminaban controlados, cabizbajos, sin ver los grandes árboles, los miles de flores y los cerros suaves y apacibles, porque la belleza es peligrosa, puede despertar el deseo.

Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .

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