Es entonces la Tradición y no el hombre la que revelándose, revela la realidad de
las cosas, los mundos, planos, lecturas o dimensiones de la Verdad total ("... porque mis Pensamientos no son vuestros pensamientos, dice YHVH, cuanto más altos están los cielos...", así los pensamientos divinos trascienden las consideraciones humanas...), pues son la Sabiduría y la Inteligencia divinas las que todo lo hacen, vehiculadas por lo mismo que ellas crean o manifiestan: "la revelación es coetánea con el tiempo"; pero al mismo tiempo, el Conocimiento que el hombre ha de lograr no es la suma de aspectos (indefinidos, innumerables, que exceden al conocimiento distintivo y no son el objeto del unitario), sino la síntesis que le permite atravesar los mundos o planos hasta su Origen. Por lo que el cabalista no sólo medita en el estudio de la Cábala, absorbiéndose en la contemplación, sino que constantemente se suma al rito permanente, lo inaugura si es preciso cualificando el tiempo, sacrificándolo (sacrum–facere), hace de todo un rito, pues no hay otras expectativas que el cumplimiento de la Voluntad divina, de una Voluntad que es una con las estructuras de la vida y del universo, simbolizadas por la dialéctica de los números, por la totalidad de las direcciones del espacio y el tiempo, las que dependen del Centro supremo cuya proyección es el Eje universal, constituido por la columna central del Arbol de la Vida en la que las otras dos encuentran su equilibrio y aun su origen.
Jose Manuel Rio . ACERCAMIENTO A LA CABALA: Sobre el Arbol de la Vida Sefirótico .