Durante los pasados meses le busqué a Él en todas las cosas y siempre he

deseado ver las cosas a través de Él. Mis ojos deben ser Sus ojos y yo debo ver a través de Él todas las cosas, pequeñas o grandes, vivas o muertas. Este deseo ha crecido en intensidad, este deseo ha llegado a ser mi aliento; y como tantos antiguos indios, como tantos místicos del mundo entero que realmente anhelaban la Verdad, que realmente indagaron y sufrieron por Él, como ellos, yo le hallé a Él. Y desde entonces he vivido en este jardín de variadas rosas y diversos aromas; y en éxtasis respiré el perfumado aire, el único aire que me hace prosperar, que me infunde poder, fortaleza y vitalidad a mi mente, a mi corazón, a mi verdadero ser. Y como tal fortaleza, sólo puedo dar y no retener. Pocos días hace, salí a dar un paseo, y mientras caminaba, iba con Él, con mi Eterno Compañero. Anduve un rato y me senté sobre un árbol, sin pensar en nada más que en esta cosa; y miré, y Él estaba sentado frente a mi, y entonces vi cómo la Naturaleza le adoraba. Los árboles y las briznas de hierba y el viento que soplaba, todos le adoraban. Y mientras miraba, mi alma reunía fortaleza en el éxtasis y mi cuerpo se estremecía, comprendió que por siempre era yo semejante a Él; que no había diferencia, que era yo parte de Él; no podía yo distinguir una diferente entidad; no podía yo disociarme del Eterno. Y al respirar el mismo aire que Él, comprendí y supe lo que significaba vivir en el Reino de la Felicidad, vivir y solazarse bajo la sombra del jardín; supe lo que significa mirar a las flores y a los demás pasajeros por el camino. Todo era parte de Él porque cuantos buscan, cuantos sufren, cuantos son dichosos son eternamente suyos; y estando en Él, yo comprendí. Y por esto, todos los que tenemos el intenso sentimiento de anhelar la Verdad, debemos entender que sin Él, sin la personificación de la Verdad, nada comprenderemos, que sin Él no venceremos el yo inferior; y así debemos tener a Él en el centro de nuestro ser, porque entonces podremos irradiar del centro como chispas que brotan de la hoguera.

Jiddu Krishnamurti . El Reino de la Felicidad .

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