La gran debilidad del cristianismo consiste en que ignora el ritmo. Opone Dios y el

Diablo, en vez de unir Vishnú a Siva. Su dualismo es antagónico en vez de ser equilibrado y, de consiguiente, jamás puede surgir el tercer término funcional por medio del cual se equilibra el poder. Su Dios es por siempre jamás el mismo, ayer, hoy y mañana; no evoluciona parejo con su creación, sino se libra a un solo acto creador después del cual duerme sobre sus laureles. La total experiencia del hombre, su total conocimiento, es contrario a la verdad de una concepción semejante. El concepto cristiano, siendo estático y no dinámico, no puede ver que porque una cosa parezca buena, su contraria no debe ser necesariamente mala. No tiene sentido de las proporciones, porque ignora esencialmente el principio del equilibrio en el espacio, como del ritmo en el tiempo. Por tanto, a los ojos del ideal cristiano, sucede a menudo que la parte es más importante que el todo. La dulzura, la piedad, la pureza y el amor constituyen el ideal cristiano y, como Nietzsche lo ha hecho notar, son virtudes del esclavo. En nuestro ideal deberíamos hacer lugar para las virtudes de los jefes, del guerrero: el coraje, la energía, la integridad, la justicia. El cristianismo no tiene nada que decirnos con respecto a estas virtudes dinámicas.

Dion Fortune . La Cabala Mistica .

Índice