El ego hace que estés separado; la oración disuelve el ego y te vuelves a
hacer uno con la existencia. Hacerse uno con la existencia es alcanzar el gozo. Para permanecer separado, hay conflicto. Permanecer separado significa que estás luchando con la existencia, que no estás fluyendo con el río. Puede incluso que estés tratando de ir contracorriente, y yendo contracorriente vas a estar frustrado, vas a fracasar. Fluir con el río —tanto que te hagas uno con el río, tan solo una parte del río, que no tengas voluntad propia, que estés entregado a la voluntad de la totalidad—, esto es la oración. Y una terapia está completa, concluida, cuando ha nacido la oración en tu corazón. Pero la oración tiene que ser verdadera. No debería ser una formalidad, no debería ser una repetición, como un loro. Debería surgir, debería tener raíces en tu ser. Anutosh me ha enviado un chiste hermoso. Medita sobre él. Todos los días, durante seis meses, la figura arrodillada, con las manos unidas en oración, había entonado la misma historia lastimosa en las sombras de los bancos traseros de su iglesia católica local. «Oh, Señor, ya sé que soy tan solo un pobre hombre simple. Ni siquiera tengo para pagar un vaso de vino después de la misa del domingo, y sé que soy un tipo horriblemente malo. Le doy un puñetazo a la parienta de vez en cuando, y cuando los críos se pasan de la raya tengo que reprenderles con un sopapo. »Pero no pido demasiado, solo un par de pavos en el sobre de la paga; no para mí, oye, sino para las cosas de la casa, para que me deje en paz la parienta, y para comprarles unas golosinas a los críos. Quizás algún que otro trago para mí. Pero no abusaría de ello. Señor. ¿Me puedes ayudar? Significaría mucho para mí, y no pediré nada más, de verdad. La bendición de Dios, ave María, ¡Amén!» De repente, la puerta de la iglesia se abrió de golpe y un antillano elegantemente vestido pasó pavoneándose por el pasillo y se plantó ante el altar con una postura desafiante, y elevando el puño gritó: «Oye, Señor. ¡Escúchame bien! Acabo de llegar a este país. No tengo de nada, y no creas que me van a dar un crédito, así que vengo a ti. Necesito, lo primero, una dulce mujercita. Necesito pieles y joyas para vestirla, necesito un gran coche para llevarla y necesito dinero para gastar. Así que quiero un gran premio en los caballos y una buena inversión, y lo necesito ya mismito. Así que déjate de pendejear y ponte a ello. Sé que puedes hacerlo. Señor, lo sé...» Volviéndose y yéndose a zancadas, añadió: «Me molas, tío, me molas.» Unas semanas después, el arrodillado católico seguía allí, refunfuñando con las manos unidas, cuando de pronto se abren las puertas de golpe y el mismo antillano, del brazo de una chica preciosa, se menea directo hasta el altar y sonriendo de oreja a oreja dice riéndose: «¡Ya sabía yo que podías hacerlo, Señor! Tengo un Rolls Royce. Ahora soy el dueño del hipódromo. Eso sí que fue ganar a lo grande; tengo los bolsillos llenos de dinero. Dile "gracias" al Señor, cariño.» «Gracias, Señor», dijo la dulce chica. Cuando salían, dijo él: «Y Señor, cuando necesites un favor, simplemente ven a mí, porque ¡me molas, tío!» Pasmado y enfadado, el irlandés les vio marcharse, y entonces se apresuró al altar y se postró sollozando. «¿Qué te he hecho para que no oigas mi sufrimiento y mi angustia? ¿Cómo es que no atiendes mis oraciones? Te he estado rogando durante meses. No pido mucho... Y él es un extranjero, ¡y del color del mismísimo diablo! ¿Cómo es que le das a él y a mí ni siquiera me respondes? Oh, Santa María, ¡ten piedad y dime qué es lo que estoy haciendo tan mal!» De pronto, la iglesia se oscureció, descendió un silencio mortal, apareció una acerada luz azul sobre altar y resonó una voz (tres chasquidos de dedos): «¡¡Parece que no me molas, tío!!».
Osho . El Secreto de los Secretos: Charlas sobre el secreto de la Flor Dorada .