Tampoco conocemos el proceso evolutivo durante los dos primeros manvántaras de los siete globos de

la cadena planetaria de que forma parte nuestro globo. En cuanto al tercer manvántara, sólo sabemos que nuestra luna fue el globo D de la cadena. Este hecho puede ayudarnos a comprobar lo que significan las reencarnaciones sucesivas de las cadenas planetarias. Los siete globos que constituyeron la cadena lunar terminaron su séptuple evolución cíclica. La oleada de vida, el Soplo del Logos planetario, dio siete vueltas a la cadena, despertando, a su vez, cada globo a la vida, como si el Logos, al guiar su reino, dirigiese su atención primeramente al globo A, haciendo sucesivamente surgir a la existencia las innúmeras formas cuyo conjunto constituye un mundo. Cuando la evolución en el globo A llega a cierto punto, dirige su atención al globo B, y el globo A se sume lentamente en pacífico sueño. La oleada de vida va así de globo en globo hasta terminar la ronda. Una vez terminada la evolución en el globo G sigue un periodo de reposo (Pralaya), durante el que cesa la actividad evolutiva exterior. Al fin de este período vuelve a manifestares la actividad, empezando la segunda ronda por el globo A. Este proceso se repite seis veces; pero en la séptima o última ronda sufre una modificación, pues habiendo cumplido el globo A su séptimo período de vida, se disgrega gradualmente, y sobreviene el estado de centro laya imperecedero. Al despuntar la aurora del manvántara siguiente, se desenvuelve un nuevo globo A (tal como un cuerpo nuevo), en el que vuelven a habitar los “principios” del anterior. Pero decimos esto tan sólo para dar idea de la realización entre el globo A del primer manvántara y el globo A del segundo, porque la naturaleza de esta relación permanece oculta.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

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