Por lo tanto, habiendo descubierto dos aspectos de la di¬vinidad, en el átomo y en
la forma, hallaremos la perfecta triplicidad en el hombre. Sabemos que el hombre está hecho a imagen de Dios, y por eso debemos verlo reflejarse en la triple naturaleza del Logos. Debe demostrar inteligencia, ex¬presar amor y manifestar voluntad. Consideremos algunas definiciones del hombre en diccionarios y libros. El Standard Dictionary da una definición muy poco interesante: el hombre es "un individuo de la raza humana", y sigue una larga serie de sugestivas derivaciones de la palabra hombre, en diferentes idiomas, y concluye diciendo que muchas de ellas son improbables. A mi entender, la etimología más satisfac¬toria es la que deriva de la palabra de raíz sánscrita "man", hombre, que significa "el que piensa". Annie Besant, en una de sus obras, da la siguiente definición excepcionalmente clara: "El hombre es el ser en que el supremo espíritu y la ínfima materia están vinculados por la inteligencia". Esta definición describe al hombre como el punto de convergencia de las tres líneas de evolución: el espíritu, la materia y el intelecto vinculador. Unifica el yo y el no-yo, mediante la re¬lación entre ambos. Es el conocedor, lo conocido y el conoci¬miento. ¿Cuál es, pues, el propósito del intelecto y del cono¬cimiento? Con toda seguridad su propósito consiste en adap¬tar la forma material a las necesidades y exigencias del es¬píritu inmanente; permite al pensador que reside en el cuerpo, ser utilizado inteligentemente y para algún propósito definido; también que debe existir con el fin de que la central unidad energetizadora pueda controlar constructivamente su aspecto negativo. Todos somos entidades animadoras de una forma, que por medio de la inteligencia procuramos uti¬lizarla para un especial propósito existente en la consciente voluntad del verdadero ser.
Alice A. Bailey . La Conciencia del Átomo .