Esta ley que se nos ha dictado para que realice nuestra regeneración nos indica con

bastante claridad cuál era la ley que debía acompañar nuestro desti- no primitivo, ya que debía difundirse más aún sin que por ello cambiase de naturaleza, puesto que una ley no cambia, a pesar de que se retraiga o se retire cuando los seres se hacen completamente indignos de que vuelva a actuar so- bre ellos. Por tanto, si hoy debemos hacer que llegue la región divina hasta nuestro ángel, antaño debimos tener el privilegio de prestar el mismo servicio a un número mayor de seres y a seres que estuviesen todavía privados de nues- tro ángel particular y, si podemos hacer hoy que pasen por nosotros algunos rayos del sol divino, es preciso que, por nuestra naturaleza original, tengamos poder para hacer que pase por nosotros toda la Divinidad entera y, por consi- guiente, no podremos considerarnos regenerados nada más que cuando haya- mos alcanzado ese objetivo inmenso que es la meta final de nuestro ser, ya que, como acabamos de decir, una ley no puede cambiar y, para conseguir nuestra regeneración, es preciso que toda la Divinidad entera penetre en nues- tro ser lo mismo que lo hubiese hecho en tiempos primitivos, si hubiésemos seguido sus designios. Hombre, date cuenta aquí de lo lejos que estás de tu destino y fíjate en si esta perspectiva puede dejarte creer que debes marchitarte en la inactividad.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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