Con la experiencia viene la comparación. No sé si ustedes han vivido sin comparar, sin
compararse con otro que es más inteligente, más brillante, que tiene una posición más alta, más poder y prestigio, sin compararse con otro cuyo rostro es más hermoso, que tiene una sonrisa más radiante, una mirada más clara. Dentro de nosotros tiene lugar una comparación incesante: “Eso es lo mejor, lo máximo”. La comparación de lo que ha sido con lo que debería haber sido, la medida que prosigue constantemente, interminablemente, como cuando ustedes leen un anuncio: “Compre esto, lo hará más inteligente”, “Use eso, le dará alguna otra cosa”... Cuando hay comparación debemos, inevitablemente, invitar a la experiencia; pensamos que sin comparar, sin medir, somos torpes, estúpidos y que no hay progreso. Comparamos una pintura con otra, un escritor con otro, una fortuna con otra; creemos que alcanzamos alguna comprensión de la existencia humana mediante el estudio comparativo de las religiones y de la investigación antropológica. ¿Seríamos torpes si no comparáramos? ¿O sólo conocemos la torpeza a través de la comparación porque otro es sensible, tiene ojos brillantes y vive sin confusión? ¿Es comparándonos a nosotros mismos con esa persona que nos volvemos conscientes de que nuestros ojos son apagados, que la condición de nuestra mente es confusa? Esa comparación, ¿nos ayuda realmente a comprender? Tecnológicamente, tiene que haber comparación, de lo contrario no existiría el conocimiento científico, pero aparte de eso, ¿por qué comparamos en absoluto? Y si no comparáramos, ¿qué sucedería? Mientras escuchan, dejen que sus mentes se observen a sí mismas. Verán que la mente está siempre presa en el comparar y el medir; esto origina insatisfacción, ustedes desean más. Desean encontrar satisfacción y, por lo tanto, invitan a esta interminable experiencia.
Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .