El tercer vehículo de conciencia, el cuerpo mental, es rarísima vez vivificado para actuar independientemente,
sin la instrucción directa de un maestro, y su funcionamiento pertenece entonces a la vida del discípulo, en el estado actual de al evolución humana. Según ya hemos visto, se recombina para funcionar separadamente en el plano mental, y esto requiere también experiencia y educación a fin de que se halle por completo bajo el dominio de su dueño. Es un hecho común a estos tres vehículos de conciencia, pero que en los sutiles induce más fácilmente a error que en el denso, que estos vehículos están sujetos a evolución, y que a medida que progresan, aumenta su capacidad para recibir y responder a las vibraciones. ¿Cuántos tonos no percibe el oído amaestrado, que le pasan inadvertidos al que no lo está, el cual oye sólo la nota fundamental? A medida que se aguzan los sentidos físicos, el mundo aparece más y más lleno; y en donde el campesino sólo ve el surco y el arado, la mente cultivada se fija en la flor del arbusto y del álamo temblón, en al arrebatadora melodía de la alondra y en el zumbido de alas diminutas en el vecino bosque; en los conejos que corren a través de los entrelazados helechos, y en las ardillas que juguetean en las ramas de las hayas; en los graciosos movimientos de las cosas silvestres; en los fragantes aromas del campo y de la selva; en los espléndidos cambiantes del cielo matizado de nubes y en las luces y sombras fugaces de las colinas. Tanto el campesino como el hombre culto tienen ojos, ambos tienen cerebro; pero ¡cuán diferentes sus poderes de observación, cuán distintas sus facultades para recibir impresiones! Lo mismo sucede en otros mundos. Cuando los cuerpos astral y mental principian a funcionar como vehículos separados de conciencia, se encuentran, por decirlo así, en el grado de percepción del campesino, y sólo llegan a su conciencia fragmentos del mundo astral y mental con extraños y engañadores fenómenos; pero rápidamente se desarrollan abarcando mayor radio y aportando a la conciencia un reflejo cada vez más exacto de lo que les rodea. Aquí, como en otras partes, debemos tener presente que nuestro conocimiento no es el límite de los poderes de la Naturaleza, y que en el mundo astral y mental, lo mismo que en el físico, somos aún niños que nos ocupamos en recoger conchas arrojadas por las olas, mientras quedan inexplorados los tesoros ocultos del Océano.
Annie Besant . La sabiduría antigua .