Además, en la misma obra da Gasparín la siguiente descripción de los fenómenos por él

observados en compañía del profesor Thury. Dice así: “Vimos con frecuencia que los pies de la mesa quedaban fuertemente pegados al suelo, sin que bastaran a levantarla los esfuerzos aunados de todos los circunstantes. En otras ocaciones presenciamos un fenómeno de vigorosa y perfectamente definida levitación, así como hemos oído golpes unas veces tan violentos que amenazaban romper la mesa en pedazos y otras tan tenues que era preciso escuchar con cuidado para percibirlos... Respecto a las levitaciones sin contacto hubo medio de obtenerlas fácilmente, con buen éxito, y no en casos aislados, sino unas treinta veces (3). “En cierta ocasión la mesa continuó volteando y levantando los pies a pesar de haberse sentado encima un hombre que pesaba ochenta y siete kilogramos. Otra vez la mesa quedó inmóvil, sin que nadie la pudiera menear, no obstante el poco peso de la persona, que apenas llegaba a dieciséis kilogramos (4). Un día volteó del revés con los pies al aire sin que nadie la tocara” (5). A este propósito, dice De Mirville: “Ciertamente que un hombre que repetidas veces ha presenciado el fenómeno, no puede aceptar el sutil análisis del físico inglés” (6). Desde al año 1850, Des Mousseaux y De Mirville, católicos a macha martillo, han publicado muchas obras de títulos muy a propósito para llamar la atención pública, que revelan la no disimulada alarma de sus autores, pues si los fenómenos no hubiesen sido auténticos no se tomara de seguro la iglesia romana la pena de combatirlos. La opinión pública, escépticos aparte, se dividió en la manera de apreciar los fenómenos. El solo hecho de que la teología temiese mucho más a las posibles revelaciones obtenidas por medio de este misterioso agente, que a cuantos conflictos pudieran suscitarle las negaciones de la ciencia, debiera haber abierto los ojos a los más escépticos. La iglesia romana no ha sido nunca crédula ni cobarde, como de sobras lo prueba el maquiavelismo peculiar de su política. Además, nunca le han preocupado los prestidigitadores, porque sabe hasta dónde pueden llegar sus artimañas, y así deja dormir tranquilos a Roberto Houdin, Comte, Hamilton y Bosco, mientras que persigue a los filósofos herméticos, a los místicos, a Paracelso, Cagliostro y Mesmer, y se deshace de los médiums para entorpecer manifestaciones que considera peligrosas.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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