Cuando se produce en nosotros este bautismo corporal por el agua del espíritu, entonces el

hombre nuevo sale de las aguas donde había estado inmerso y, cuando ha puesto el pie en tierra, se oye una voz del cielo que dice: éste es mi hijo muy amado, en quien encuentro toda complacencia. Hasta entonces, este hombre nuevo era el hijo de Dios, ya que había sido concebido por el espíritu y había recibido el nacimiento; pero no se había promulgado su nombre ni su familia Divina y, mientras no se hubiese roto esta barrera, que debía ceder al agua del espíritu, el hombre nuevo no habría podido recibir de su padre ese reconocimiento auténtico por el cual lo reconoce como hijo y le asegura no sólo su existencia entre las naciones, sino también los derechos más constantes a su herencia legítima.

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

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