En nuestro análisis de la naturaleza del hombre,hasta ahora hemos considerado únicamente los elementos perecederos

que constituyen el hombre inferior, y hemos arribado al cuarto principio o plano - - el del deseo - sin haber hecho alusión alguna a la cuestión de la Mente. Pero aún hasta el punto que hemos abordado, debe ser evidente que hay una gran diferencia entre las ideas ordinarias acerca de la Mente y las que se encuentran en la Teosofía. De ordinario se piensa en la Mente como algo inmaterial, o que es meramente el nombre dado a la acción del cerebro al desarrollar el pensamiento, proceso enteramente desconocido, como no sea por inferencia, o sea que si no hay cerebro tampoco puede haber mente. Bastante atención ha sido invertida en catalogar ciertas funciones y atributos mentales, pero faltan los términos en el idioma para poder describir los actuales hechos metafísicos y espirituales con respecto al hombre. Esta confusión y carencia de palabras para estos usos, se debe casi enteramente, primero, a la religión dogmática, la cual ha afirmado y vigorizado por muchos siglos dogmas y doctrinas que son inaceptables a la razón, así como al conflicto natural que surgió entre la ciencia y la religión tan pronto como fueron desechados los grilletes que impuso la religión a la ciencia, y a ésta se le permitió tratar con los hechos de la naturaleza. La reacción contra la religión, naturalmente, impidió que la ciencia adoptara nada más que un concepto materialista del hombre y de la naturaleza. Por lo tanto, de ninguna de esas dos fuentes hemos podido obtener hasta ahora los términos necesarios para describir los principios quinto, sexto y séptimo, que componen la Trinidad, el hombre real, el peregrino inmortal.

William Judge . El Oceano de la Teosofia .

Índice