Al principio de la evolución humana, el deseo es dueño absoluto del hombre y le

acosa por todas partes; en el punto medio de la evolución, el deseo y la voluntad chocan de continuo en alternadas victorias; al terminar la evolución, el deseo ha muerto, y la voluntad domina sin oposición ni rivalidades. Mientras el Pensador no está lo bastante desarrollado para ver directamente, guía a la voluntad por medio de la razón; mas como ésta sólo puede deducir sus conclusiones del acopio de imágenes mentales que constituyen su experiencia, y como quiera que este acopio sea limitado, la voluntad ordena constantemente acciones erróneas. Los sufrimientos que de estos errores proceden, aumentan el caudal de las imágenes mentales, suministrando así a la razón mayor copia de materiales de donde sacar sus conclusiones. Así se realiza el progreso; así se origina la sabiduría. Más de tal manera el deseo se mezcla frecuentemente con la voluntad, que lo que aparece determinado desde dentro, lo sugieren en realidad anhelos de la naturaleza inferior, excitada por objetos que le brindan satisfacciones. En vez de un conflicto declarado entre las dos, la inferior se introduce de modo sutil en la corriente de la más elevada y desvía su curso. Si los deseos de la personalidad quedan derrotados en campo abierto, conspiran arteramente contra su vencedor, y a menudo consiguen por astucia lo que no pueden por fuerza. Durante esta segunda etapa, en que las facultades de la mente inferior se hallan en proceso de evolución, la lucha es condición normal: es la batalla que se libra entre el predominio de las sensaciones y el predominio de la razón.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

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