Dice la ciencia que la observación y el experimento son sus únicos medios de investigación.

Concedido. Pero ¿no son bastantes tres mil años de observación de hechos para demostrar las facultades ocultas del hombre? Y en cuanto a la experiencia, ¿qué mejor coyuntura que la deparada por los fenómenos modernos? En 1869, la Sociedad Dialéctica de Londres invitó a varias eminencias científicas a la investigación de los fenómenos. Véase cómo respondieron algunos de ellos: Huxley.- “No tengo tiempo para semejante investigación, que me sería muy molesta y trabajosa, a menos que difiriese de las de su género. No me interesa el asunto, ni aun suponiendo que los fenómenos fuesen verdaderos”. Lowes.- “Quien diga que estos fenómenos dependen de leyes físicas desconocids, se confiesa desde luego conocedor de esa mismas leyes”. Tyndall.- “Dudo del éxito de los fenómenos en la sesión a que yo asistiese, pues mi presencia parece como si produjera confusión en todos. Carpentier.- “Por experiencia personal estoy convencido de que entre los fenómenos espiritistas hay muchas imposturas y no pocas ilusiones, aunque también los hay del todo legítimos y dignos de estudio... Sin embargo, la causa de estos fenómenos no es externa, sino que depende de la condición subjetiva del individuo, quien actúa de acurdo con ciertas leyes fisiológicas ya conocidas. La modalidad a que llamo cerebración inconsciente interviene de manera muy principal en la producción de los fenómenos espiritistas” (50). Esto por lo que a los sabios ingleses se refiere. Los norteamericanos no llegaron a más. En 1857, la Universidad de Harvard previno al público contra las investigaciones psíquicas, por corruptoras de la moralidad y degradantes de la mente, por su contaminadora influencia que menoscaba la veracidad en el hombre y la pureza en la mujer. Posteriormente, cuando el insigne químico Hare, arrostrando la preocupación general estudió el espiritismo y abrazó sus doctrinas, fue descalificado por sus colegas. En 1874 un periódico neoyorquino invitó a los más notables científicos del país a la investigación de los fenómenos espiritistas; pero todos se excusaron en connivencia, como visitante que rehusa quedarse a comer cuando el dueño de la casa le convida. Sin embargo, a pesar de la indiferencia de Huxley, de la socarronería de Tyndall y de la cerebración inconsciente de Carpenter, no faltaron científicos de igual valía que se rindieron a la evidencia de los testimonios en esta debatida materia de investigación. A este propósito, un autor tan distanciado del espiritismo como Draper, dice: “En todos los países y en todas las épocas creyeron no solamente los labriegos, sino también las personas cultas, que los espíritus de los difuntos vienen algunas veces a visitar a los vivos y a frecuentar sus antiguas moradas... Si de algo ha de valer el testimonio humano en este punto, tenemos desde los tiempos más remotos hasta nuestros días un cúmulo de pruebas tan numerosas e irrecusables cual pudieran apetecerse para invalidar todo intento de refutación” (51).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

Índice