Por eso es por lo que el hombre nuevo, sumido constantemente en su profunda humildad,

dirá con David (Salmo 43: 16) «Tengo ante los ojos mi confusión todo el día y la vergüenza que aparece en mi rostro me cubre por completo... Nuestra alma se ha humillado hasta el polvo y nuestro vientre está como pegado a la tierra. Levántate, Señor, ayúdame y rescátame para la gloria de tu nombre». Le dirá en su santa confianza: «Señor, no permitas que tus enemigos nos traten como trataron otra vez la ciudad de Sión. Esta ciudad, a la que llamaban la repudiada, y de la que decían: ¿Ésta es Sión, la que no tiene nadie que la busque?» (Jeremías, 30: 17).

Louis-Claude de Saint Martin . El Hombre Nuevo .

Índice