Bastará con un ejemplo, que precisamente se relaciona con el injerto de limoneros y naranjos,
para ilustrar el carácter ritual de esta operación. Ibn Washya nos ha transmitido en su Libro sobre la agricultura nabatea las costumbres de los campesinos de Mesopotamia, Persia y Egipto. El libro se ha perdido, pero según los fragmentos conservados, sobre todo por Maimónides, puede juzgarse sobre la naturaleza de las «supersticiones» que rodeaban la fertilización e injerto de los árboles frutales en el Cercano Oriente. Maimónides explica la prohibición existente entre los judíos de utilizar los limones de los árboles injertados con el fin de evitar las prácticas orgiásticas de los pueblos vecinos, que acompañaban necesariamente a los injertos. Ibn Washya —y no es éste el único autor oriental que se deja arrastrar por tales imágenes— hablaba incluso de injertos fantásticos y «contra natura» entre las diversas especies vegetales. (Decía, por ejemplo, que injertando una rama de limonero en un laurel o un olivo se conseguían limones muy pequeños, del tamaño de aceitunas.) Pero luego precisa que el injerto no llegaría a buen término si no se llevaba a cabo ritualmente y en una cierta conjunción entre el sol y la luna. Y explica el rito diciendo que la rama de limonero «debía hallarse en la mano de una joven bellísima, con la cual debía tener relación sexual, vergonzosa y contra natura, un hombre; durante el coito la joven coloca la rama en el árbol» 2. El sentido está claro: para obtener una unión «contra natura» en el mundo vegetal se requería también una unión sexual contra natura de la especie humana.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .