Las enseñanzas que en el Banquete expone Platón acerca de la creación del hombre, y
su teoría cosmogónica declarada en el Timeo, deben tomarse en sentido alegórico para aceptarlas por completo. Los neoplatónicos se aventuraron a exponer, sin violación de sigilo, las interpretaciones pitagóricas contenidas en el Timeo, Cratylus, Parménides y algunos otros diálogos y trilogías. Los conceptos capitales de estas enseñanzas, en apariencia incongruentes, son el de la inmortalidad del alma y el de Dios como mente universal infundia en todas las cosas. La piedad de Platón y el respeto con que siempre habla de los Misterios son prenda suficiente de su discreción para no quebrantar el profundo sentimiento de responsabilidad inherente a todo adepto. A este propósito dice el insigne filósofo: “El hombre sólo puede llegar a ser verdaderamente perfecto, perfeccionándose en los perfectos misterios” (71). No disimulaba Platón su disgusto por la divulgación que en su tiempo empezaba ya a darse a las enseñanzas de los misterios, pues opinaba que en vez de profanarlos en oídos de la multitud, debían reservarse exclusivamente a los más dignos y celosos discípulos (72). Si bien menciona Platón frecuentemente a los dioses en sus obras, no cabe dudar de su fe monoteísta, pues por dioses entiende seres de jerarquía muy inferior a la divinidad y tan sólo superiores en un grado al hombre. El mismo Josefo, no obstante los prejuicios de raza, reconoce la creencia monoteísta de Platón, y a este propósito dice en su famosa diatriba contra Apión: “Los filósofos griegos que discurrían de acuerdo con la verdad no ignoraban cosa alguna... ni dejaban de notar la aparente frivolidad de las alegorías mitológicas que con justicia desdeñaban... Por este motivo se inclina Platón a creer que son inconvenientes los poetas en la república y, no obstante rendir homenaje a Homero, le inculpa de haber quebrantado con sus mitos la ortodoxa creencia en un solo Dios”. Quienes descubran el verdadero espíritu de la filosofía platónica, difícilmente se contentarán con los comentarios de Jowett, quien dice que la influencia ejercida en la posteridad por el Timeo deriva en parte de la equivocada interpretación que los neoplatónicos dieron a las doctrinas de su autor, hasta el punto de estar las aclaraciones neoplatónicas de los Diálogos en “completo desacuerdo con el espíritu de Platón”. Esto equivaldría a suponer que Jowett ha penetrado acertadametne este espíritu; pero sus comentarios no lo denotan así. Dice Jowett que los cristianos encuentran en el Timeo las ideas de la Trinidad, el Verbo, la Creación y la Iglesia, aunque bajo el concepto judaico. Sin embargo, no es extraño que encuentren estas ideas, porque realmente están expuestas literalmente en dicha obra, aunque haya volado el espíritu que animaba las enseñanzas del insigne filósofo y fuera en vano que lo buscáramos en los áridos dogmas de la teología cristiana. La esfinge es hoy la misma que cuatro siglos antes de nuestra era, pero Edipo murió de muerte violenta por haber revelado al mundo lo que el mundo no estaba en disposición de recibir. Platón encarnaba la verdad y necesario era que muriese como han de morir las verdades trascendentales antes de que renazcan cual Fénix de sus cenizas. Todos los comentadores de Platón han advertido la vvísima semejanza entre las esotéricas enseñanzas del ilustre filósofo y la doctrina cristiana; pero cada cual trató de explicar esta semejanza desde el punto de vista de sus personales creencias religiosas. Así, Cory (73) opina que la semejanza es tan sólo superficial y prefiere el Dios antropomórfico a la Mónada pitagórica. Taylor, por el contrario, encarama la Mónada muy por encima del Dios mosaico. Zeller ridiculiza el atrevimiento de los Padres de la Iglesia que, sin respeto a la historia ni a la cronología ni a la opinión pública, insisten en que la escuela platónica copió de la religión cristiana sus conceptos fundamentales (74).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .