Una vez un maestro estaba muriendo. Era muy viejo: tenía casi cien años. Los discípulos

estaban allí y no podían llorar, porque él se estaba riendo. No podían llorar, porque parecía realmente absurdo. El hombre estaba tan feliz, disfrutando su alegría como un niño, gozando de su último aliento. Sólo podrían llorar una vez que hubiera muerto. Y alguien preguntó: -Mientras estaba vivo, ¿por qué no lloraban? Respondieron: -Parecería tan absurdo. Mirándole la cara, mirándolo a los ojos, parecía que se estaba yendo a un reino superior del ser, como si la muerte no fuera más que una puerta hacia lo divino, como si no fuera a morir, sino a renacer. Y no era un hombre viejo: si lo mirabas a los ojos, era un niño. Sólo su cuerpo era viejo. Es posible llevar el bienestar con uno. Aun cuando estés gravemente enfermo, puedes conservar el bienestar en tu interior. Conoces lo opuesto: aun cuando estés perfectamente saludable, conservas tu malestar. Conoces esto; por lo tanto, lo otro es posible: totalmente sano y te sientes desdichado; completamente joven y vivo, y te sientes como si estuvieras en tu lecho de muerte, a veces llevando todo el peso de la vida como una carga, un peso muerto sobre el corazón. Estás vivo porque no puedes hacer otra cosa. ¿Qué puedes hacer? Estás vivo, te has encontrado a ti mismo vivo; así que cargas con esto. Pero la vida no es un fenómeno que te pro-duzca éxtasis: no te brinda placer, no la celebras. Es una bendición tan grande estar vivo. Aunque sea por un solo instante, estar vivo y darse cuenta es demasiado. Te es dada una vida prolongada y muchas vidas, y no lo agradeces porque, si no tienes nada que festejar, ¿cómo podrías sentir alguna gratitud, algún agradecimiento? Completamente joven, vivo, pero por dentro conservas tu desdicha. Al morir, un hombre que lo conoce transportará su bienestar. La risa le saldrá de adentro, del centro mismo de su ser.

Osho . El Dios de todos .

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