En el poema cosmogónico de Völuspa (cántico de la profetisa), que contiene las leyendas escandinavas

relativas a la aurora de los tiempos, el fantástico germen del universo yace en la ginnungagap (copa de ilusión), símbolo del abismo vacuo y sin límites, el nebelheim o paraje de las tinieblas. En esta tenebrosa y desolada matriz del mundo cae un rayo de cálida luz (éter), que llena la copa hasta los bordes y en ella se congela. Entonces el Invisible levantó con un soplo un viento abrasador que derribó las heladas aguas y disipó la niebla. Las aguas (corrientes de Elivâgar), cayeron en vivificantes gotas de que surgió la tierra con el gigante Imir (principio masculino), quien sólo tenía “semejanza de hombre”. Al mismo tiempo nació la vaca Audhumla (46) (principio femenino) de cuyas ubres fluyeron cuatro ríos de leche que se derramaron por el espacio (¡) (emanación pura de luz astral). La vaca Audhumla engendra un potente y bello ser superior, llamado Bur, que lamía las piedras cubiertas de sales minerales. Comprenderemos con mayor facilidad el oculto sentido de la alegoría de la creación del hombre, si tenemos en cuenta que los antiguos filósofos consideraban universalmente la sal como uno de los más importantes principios constituyentes de la creación orgánica, y que los alquimistas la tenían por el ménstruo universal extraído del agua, aparte de que tanto la ciencia moderna como el concepto pupular la diputan por elemento indispensable para el hombre y los animales. Paracelso llama a la sal “centro de agua en quee han de morir los metales”; y Van Helmont dice que el alkahest es summum et felicissimum omnium salium (la sal más superior y afortunada). Cuando Jesús dijo a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?... Vosotros sois la luz del mundo. (San Mateo, v. 14). Con estas palabras significaba directa e inequívocamente la doble naturaleza del hombre físico y espiritual, demostrando por otra parte su conocimiento de la doctrina secreta cuyos vestigios se descubren en las más antiguas y populares tradiciones de ambos Testamentos, así como en las obras de los místicos y filósofos antiguos y medioevales. Pero volvamos a la cosmogonía escandinava expuesta en los Eddas. El gigante Imir se queda dormido y suda copiosamente. La transpiración engendra de su sobaco izquierdo un hombre y una mujer, a quienes del pie del gigante les nace un hijo. Así tenemos que mientras la mítica “vaca” produce una raza de hombres superiores y espirituales, el gigante Imir engendra una raza de hombres malos y depravados, los hrimthursen (gigantes helados. Salvo ligeras modificaciones, vemos la misma leyenda cosmogónica en los Vedas de la India. Tan luego como Brahmâ recibe de Bhagavâd, el Supremo dios, la potestad creadora, engendra seres animados puramente espirituales, los dejotas, que por residir en el Svarga (región celeste), no están dispuestos a morar en la tierra, y en consecuencia engendra Brahmâ a los daityas, de gigantesca estatura, que habitan en el Pâtala (región inferior del espacio) y tampoco están en condiciones de poblar el Mirtloka (la tierra). Para remediar este mal, Brahmâ engendra de su boca al primer brahmán, progenitor de nuestra raza; de su brazo derecho engendra a Raettris, el primer guerrero; de su brazo izquierdo a Shaterany, esposa de Raettris; del pie derecho nace su hijo Bais y del izquierdo su mujer Basany. Así como en la leyenda escandinava, Bur, el espiritual hijo de la vaca Audhumla, se casa con Besla, de la depravada estirpe de los gigantes, también en la leyenda inda el primer brahmán se casa con Daintary, de raza de gigantes. Igualmente nos dice el Génesis que los hijos de Dios tomaron por esposas a las hijas de los hombres, de cuya unión nacieron poderosos linajes. Resulta de ello evidente la originaria identidad entre el Génesis y las leyendas de la Escandinavia y el Indostán, a pesar de que se les niega a estos la inspiración atribuida al primero. Examinadas detenidamente, conducen a idéntico resultado las tradiciones de casi todos los demás países.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

Índice