No vamos a insistir sobre la sacralidad del hierro. Ya pase por caído de la

bóveda celeste, ya sea extraído de las entrañas de la tierra, está cargado de potencia sagrada. La actitud de reverencia hacia el metal se observa incluso en poblaciones de alto nivel cultural. Los reyes malayos conservaban hasta no hace mucho tiempo «una mota sagrada de hierro», que formaba parte de los bienes reales y la rodeaban «de una veneración extraordinaria mezcladas con terror supersticioso» 1. Para los «primitivos», que ignoraban el trabajo de los metales, los útiles de hierro eran aún más venerables: los bhíl, población arcaica de la India, ofrecían primicias de frutos a sus puntas de flecha, que se procuraban en las tribus vecinas 2. Precisemos que no se trata aquí de «fetichismo», de adoración de un objeto en sí mismo y por sí mismo, de «superstición», en una palabra, sino del respeto sagrado hacia un objeto «extraño» que no pertenece al universo familiar, que viene de «otra parte» y, por tanto, es un signo del más allá, una imagen aproximativa de la trascendencia. Esto es evidente en las culturas que conocen desde hace mucho tiempo el uso del hierro terrestre: persiste en ellas aún el recuerdo fabuloso del «metal celeste», la creencia en sus prestigios ocultos. Los beduinos de Sinaí están convencidos de que aquel que consigue fabricarse una espada de hierro meteórico se hace invulnerable en las batallas y puede estar seguro de abatir a todos sus enemigos 3. El «metal celeste» es ajeno a la tierra y, por tanto, «trascendente»; procede de «arriba»; por eso es por lo que para un árabe de nuestros días es maravilloso, puede obrar milagros. Tal vez se trate aquí, una vez más, del recuerdo fuertemente mitologizado de la época en que los hombres únicamente empleaban el hierro meteórico. También en este caso nos hallaríamos ante una imagen de la trascendencia, pues los mitos conservan el recuerdo de aquella época fabulosa en que vivían hombres dotados de facultades y poderes extraordinarios, casi semidioses. Ahora bien, existe una ruptura entre el «aquel tiempo» mítico (illud tempus) y los tiempos históricos, y toda ruptura indica en el nivel de la espiritualidad tradicional una trascendencia abolida por la «caída».

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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