Los precedentes bosquejos nos inducen a preferir las enseñanzas antiguas a las teorías modernas, respecto
a las leyes de relación entre los mundos y de las facultades potenciales del hombre. Si bien los fenómenos de índole psíquicofísico despiertan el interés de los materialistas y dan, si no prueba plena, por lo menos vehemente indicio de la supervivencia del alma, es muy discutible la conveniencia o inconveniencia de dichos fenómenos en cuanto a sus beneficiosos o nocivos efectos, porque fanatizan a los ansiosos de comprobar la inmortalidad, y como dice Stow, los fanáticos están dominados por la imaginación y no por el juicio. Indudablemente, los aficionados al fenomenismo pueden alabarse de no pocas dotes, pero carecen de discernimietno espiritual. El famoso clarividente norteamericano A. J. Davis descubrió en sus exploraciones por la tierra vernal unos seres llamados diakas, de quienes dice que se complacen extraordinariamente en las simulaciones, imposturas y trampas; que desconocen los sentimientos de justicia, filantropía, ternura y gratitud, y lo mismo son para ellos las palabras sagradas que las profanas, el amor que el odio, aparte de su loca afición a los lirismos y un egoísmo desenfrenadísimo que les mueve a considerar la aniquilación como el término de toda vida que no sea la suya. En reciente ocasión, uno de estos diakas se comunicó con el nombre de Swedenborg por mediación de una señora, y dijo: “Todo cuanto ha sido, es, será o puede ser, eso soy yo. La vida individual es tan sólo el conjunto de latidos pensantes que en su progresiva ascensión se precipitan en el corazón de la eterna muerte” (22). Porfirio habla en sus obras (23) de estos seres, y dice: “Con el directo auxilio de estos malvados demonios se llevan a cabo toda clase de hechicerías, y los hombres que con hechicerías dañan a sus semejantes tributan mucho honor a esos malvados demonios y especialmente a su caudillo (24). Pasan estos espíritus el tiempo engañándonos con multitud de ilusorios prodigios, pues ambicionan que se les tenga por dioses y a su caudillo por el supremo dios” (25). No pocos médiums degradan hoy la antigua teurgia por no advertir que, como dice Jámblico, no es lícito entregarse a operaciones fenoménicas sin previos y prolongados ejercicios de purificación moral y física bajo la guía de un experto teurgo, pues con rarísimas excepciones, siempre que una persona enflaquece o engruesa en demasía o se levanta en el aire, está de seguro obsesa por espíritus malignos (26).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .