No es que el hombre de las sociedades arcaicas estuviese aún «sepultado en la Naturaleza»

y fuese incapaz de desprenderse de las innumerables «participaciones místicas» de la Naturaleza y, en suma, incapaz de pensamiento lógico o de trabajo utilitario en el sentido que hoy damos a esta palabra. Todo lo que sabemos de nuestros contemporáneos «primitivos» invalida estas imágenes y juicios arbitrarios. Pero es evidente que un pensamiento dominado por el simbolismo cosmológico había de crear una «experiencia del mundo» completamente distinta de la que hoy posee el hombre moderno. Para el pensamiento simbólico, el mundo no sólo está «vivo», sino también «abierto»; un objeto no es nunca tal objeto y nada más (como sucede con el conocimiento moderno), sino que es también signo o receptáculo de algo más, de una realidad que trasciende el plano del ser de aquel objeto. Para limitarnos a un ejemplo: el campo labrado es algo más que un trozo de tierra; es también el cuerpo de la Tierra Madre; la azada es un phallus, sin que por ello deje de ser una herramienta; el laboreo es al mismo tiempo un trabajo «mecánico» (efectuado con herramientas fabricadas por el hombre) y una unión sexual orientada hacia la fecundación hiero-gámica de la Madre Tierra.

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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