En el extremo de cada hoja, tanto de las más pequeñas como de las grandes,

había una gota de agua reluciendo al sol como una joya extraordinaria. Y soplaba una ligera brisa, pero esa brisa de ningún modo perturbaba ni destruía esa gota sobre las hojas lavadas por la última lluvia. Era una mañana muy tranquila, apacible, llena de encanto, y con un sentido de bendición en el aire. Y mientras uno contemplaba la luz sobre cada hoja limpia, resplandeciente, la tierra se volvía extraordinariamente hermosa, a pesar de los cables telegráficos con sus feos postes. A pesar de todo el ruido del mundo, la tierra era rica, paciente, perdurable; y aunque había terremotos muy destructivos aquí y allá, la tierra seguía siendo bella. Uno jamás aprecia la tierra a menos que realmente viva con ella, trabaje con ella, ponga sus manos en el polvo, levante grandes piedras y guijarros uno nunca conoce el extraordinario sentimiento de estar en contacto íntimo con la tierra, con las flores, con los árboles gigantescos, la fuerte hierba y los setos vivos que bordean el camino.

Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .

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