En el siglo XVII, entre algunas escuelas médicas, el organicismo revistió un ropaje renovado que
se difundió dentro de lo que se ha dado en llamar la visión panvitalista del mundo [LAÍN ENTRALGO, 1979:288-385]. Para estos médicos, sus teorías están atravesadas por una visión según la cual Dios, en uso de su omnipotencia, quiso crear el mundo como un inmenso mecanismo vivo, para que frente a él los hombres ejercieran inteligentemente su voluntad de conocerlo y dominarlo. Tal fue la tesis más central de estos mecanicistas modernos. Usando de esa misma omnipotencia, Dios ha querido que el mundo creado fuese un ingente organismo viviente, para que dentro de él, conviviendo humanamente con todo cuanto en él existe, pudiesen los hombres comprenderlo para dominarlo y curar sus enfermedades. Dos paradigmas alternativos intentan desarrollar el conocimiento y el funcionamiento de esta realidad del cosmos: por un lado, la máquina; por otro lado, el organismo viviente. En el siglo XVII se expresa con fuerza la interpretación organicista del mundo. Para ellos, el universo se nos aparece como una multiplicidad de cosas cualitativamente distintas entre sí. Pero la existencia visible de cada una de ellas y su peculiaridad cualitativa no son sino la manifestación de las "fuerzas" específicas y genéticas que tienen la raíz misma de su realidad activa y productivamente las hace ser y ser como son. La realidad material, incluso la que llamamos "inanimada", es en sí y por sí misma activa; por consiguiente, "vive". Su forma específica, sus movimientos y sus procesos "fisiológicos", como los de un animal, serían producidos espontáneamente y desde dentro de ella.
Athanasius Kircher . El Geocosmos .