En Roma, que a sí propia se llama centro de la cristiandad, el putativo sucesor

de Pedro mina el orden social con su invisible pero omnipotente red de astutos agentes, y les incita a revolucionar la Europa a favor de su supremacía de espiritual y temporal. Vemos al que se llama Vicario de Cristo, fraternizar con los musulmanes, contra una nación cristiana, invocando públicamente la bendición de Dios para las armas de quienes por siglos resistieron a sangre y fuego las pretensiones del Cristo a la Divinidad. En Berlín, uno de los mayores focos de cultura, eminentes profesores de las modernas ciencias experimentales han vuelto la espalda a los tan encomiados resultados del progreso en el período posterior a Galileo, y han apagado tranquilamente la luz del gran florentino, con intento de probar que el sistema heliocéntrico y la rotación de la tierra son sueños de sabios ilusos: que Newton era un visionario y todos los astrónomos pasados y presentes, hábiles calculadores de fenómenos improbables. Entre estos dos titanes en lucha, ciencia y teología, hay una muchedumbre extraviada que pierde rápidamente la fe en la inmortalidad del hombre y en la Divinidad, y que aceleradamente desciende al nivel de la existencia animal. ¡Tal es el cuadro actual iluminado por la meridiana luz de esta era cristiana y científica! ¿Fuera de estricta justicia condenar a lapidación crítica al más humilde y modesto autor, por rechazar enteramente la autoridad de ambos combatientes? ¿No deberíamos más bien tomar como verdadero aforismo de este siglo, la declaración de Horacio Greeley: “No acepto sin reserva la opinión de ningún hombre, vivo o muerto” (1)? Suceda lo que suceda, ésta será nuestra divisa, y tomaremos este principio por lema y guía constante en la presente obra.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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