Queremos escapar de nuestra soledad con sus miedos aterradores, así que dependemos de otro, nos

enriquecemos internamente con su compañía, etc. Nos consideramos, cada uno de nosotros, el motor primario, y a los demás, peones en nuestro juego; y cuando el peón se vuelve y exige algo a cambio, nos sobresaltamos y afligimos. Si nuestra propia fortaleza es resistente, sin un solo punto débil en ella, este golpeteo exterior tiene poca consecuencia para nosotros. Las tendencias peculiares que surgen con la edad avanzada deben ser comprendidas y corregidas mientras todavía somos capaces de una observación y un estudio imparcial y tolerante de nosotros mismos; nuestros miedos deben ser observados y comprendidos ahora. Nuestras energías deben ser dirigidas, no tan sólo a la comprensión de las presiones y exigencias externas de las que somos los responsables, sino a la comprensión de nosotros mismos, de nuestra soledad, nuestros temores, nuestras exigencias y debilidades. No hay tal cosa como el vivir solo, porque todo vivir es relación; pero vivir sin una relación directa requiere suma inteligencia, una percepción alerta más rápida e intensa para el descubrimiento de nosotros mismos. Una existencia «solitaria», sin esta aguda y fluida percepción alerta, fortalece las tendencias ya dominantes, causando así desequilibrio y distorsión. Ahora es cuando uno debe darse cuenta de los hábitos fijos y peculiares del pensamiento sentimiento, hábitos que se manifiestan con la edad; debe comprenderlos y así acabar con ellos. Unicamente las riquezas internas traen paz y felicidad.

Jiddu Krishnamurti . El Libro de la Vida .

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