El mito lo volvemos a encontrar más completo entre los munda. Al principio los hombres

trabajaban en el cielo para Sing-bonga. Pero el reflejo de sus rostros en el agua les reveló que eran semejantes y, por tanto, iguales a Dios y rehusaron servirle; Sing-bonga les precipitó entonces a la Tierra. Cayeron en un lugar donde había mineral de hierro, y los hombres construyeron siete hornos. El humo incomodaba a Sing-bonga, que tras haber enviado inútilmente a sus mensajeros los pájaros descendió a la Tierra en forma de un anciano enfermo. Los hornos no tardaron en derrumbarse. Los herreros, que no habían reconocido a Sing-bonga, le pidieron consejo. «Debéis ofrecer un sacrificio humano», les dijo. Y como no encontraban víctima voluntaria, se ofreció el propio Sing-bonga. Penetró en el horno, calentado al rojo blanco, y salió después de tres días, llevando oro y piedras preciosas consigo. A instigación del dios los herreros le imitaron. Las mujeres manejaban los fuelles, y los herreros, abrasados vivos, aullaban en los hornos. Sing-bonga tranquilizó a las esposas de los hombres: sus maridos gritaban porque se estaban repartiendo los tesoros. Las mujeres continuaron su tarea hasta que los hombres quedaron reducidos a cenizas. Y como ellas preguntasen entonces lo que iba acontecer, Sing-bonga las transformó en bhut, espíritus de las colinas y las rocas.

Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .

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