Finalmente llegamos al azul Pacífico. Esta mañana el mar era como un estanque, tan inmóvil,

tan extraordinariamente quieto y bañado por la luz matinal. Uno debería realmente meditar en esa luz, no en la luz directa del sol sino en el reflejo del sol sobre las rutilantes aguas. Pero el mar no siempre es así; hace un mes o dos se revolvía con furia golpeando violentamente contra el muelle, destruyendo las casas que hay alrededor de la bahía y provocando desastres incluso en la carretera que corre a lo largo del mar. Ahora estaban reparando el muelle averiado, utilizando toda la madera arrastrada a la playa por el mar en grandes cantidades. No obstante, hoy podía uno acariciarlo como a un animal domado, podía sentir la profundidad y la amplitud y la belleza de este vasto mar tan azul. Más cerca de la playa predominaba el color verde nilo; era algo sumamente agradable ir por la carretera junto al mar y respirar el aire salado, contemplar los cerros, la ondulante hierba y la vasta extensión de las aguas. Todo esto desapareció en la enorme y fea ciudad, la cual se había extendido por millas y millas y millas. No era una ciudad muy agradable, pero la gente vivía allí y parecía gustar de ella.

Jiddu Krishnamurti . El Último Diario .

Índice