¿Le basta al hombre con saber que existe? ¿Le basta tener forma humana para engalanarse

con el título de hombre? Estamos en la firme convicción de que para llegar a ser una entidad genuinamente espiritual en el verdadero signficado de esta palabra, debe el hombre regenerarse eliminando de su mente todda impureza egoísta y con ellas la superstición y las preocupaciones, que conviene distinguir de las simpatías y antipatías. Al principio nos vemos arrastrados dentro del negro círculo de la poderosa oleada magnética que emana así de los objetos materiales como de las ideas, y de esta suerte nos invaden los respetos humanos y el temor a la opinión de las gentes. Raramente acepta el hombre una idea por la libre acción del propio juicio, sino que, al contrario, se inclina a la opinión dominante en la colectividad. Así tenemos, por ejemplo, que un devoto no pagará exorbitantemente un asiento cómodo en una función religiosa, ni un materialista irá dos veces a escuchar las conferencias de Huxley sobre la evolución porque tal sea su voluntad definida, sino porque tanto a uno como a otro acto asisten personas distinguidas en sociedad, con las que el buen ver exige alternar. Lo mismo sucede en todo lo demás. Si la psicología hubiese tenido su Darwin, de seguro considerara la descendencia moral del hombre invariablemente paralela a su descendencia orgánica, pues en sus serviles manías de remedo ofrece el hombre más semejanza con el mono que en los rasgos exteriores señalados por el insigne antropólogo. Las múltiples variedades de cuadrumanos, burlescas imitaciones del hombre, parecen haber evolucionado con objeto de proporcionar a las gentes de buena ropa los materiales necesarios para el trazado de su árbol genealógico.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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