Reconoce Platón que el hombre es juguete de la necesidad a que está sometido desde
su entrada en el mundo de la materia; la externa influencia de las causas es semejante a la del daimonia de Sócrates. Según Platón, feliz es el hombre corporalmente puro, pues la pureza del cuerpo físico determina la del astral (49) que si bien expuesta a extraviarse por su propio impulso, siempre servirá a la razón en sus empeños contra las animálicas propensiones del cuerpo físico. La sensualidad y otras pasiones dimanan del cuerpo carnal; y aunque opina que crímenes involuntarios, porque provienen de causas externas, distingue Platón entre ella. El fatalismo no excluye la posibilidad de vencer dichas causas, porque si bien las pasiones son necesarias en el hombre, cabe deominarlas para vivir rectamente y quien no las domina vive en extravío (50). El hombre dual, es decir, aquél de quien se ha separado el divino e inmortal espíritu dejando tan sólo los cuerpos astral y físico, es presa de todos los vicios e instintos propios de la materia, por lo que se convierte en dócil instrumento de las invisibles entidades de materia sublimada que vagan por la atmósfera y están siempre en acecho de obsesionar a cuantos quedaron abandonados por su inmortal consejero, el divino espíritu a que Platón llama genio (51). Según este insigne filósofo e iniciado, quien haya vivido rectamente en la tierra volverá a morar en su astro para tener allí existencia de felicidad proporcionada a sus merecimientos; pero si no hubiese vivido rectamente será mujer (52) en la otra generación, y si aún así tampoco se aparta del mal, quedará convertido en bruto de índole ajustada a sus perversos instintos, sin que cesen sus penas y transmigraciones hasta que, identificándose con el divino principio en su interior existente y venciendo con auxilio de la razón a los turbadores e irracionales elementos (espíritus elementales) compuestos de agua, aire, fuego y tierra, asuma nuevamente su primaria y superior naturaleza (53). Pero el doctor Elam opina diversamente y dice (54) que sigue siendo un misterio la causa de la propagación de las epidemias; en cambio nada misterioso encuentra en el incremento de la manía incendiaria. ¡Singular contradicción! Lo mismo ocurre con la manía homicida de que trata De Quincey (55), sin explicar la causa de aquella epidemia de asesinatos sobrevenida entre los años de 1588 a 1635, en que murieron a mano armada siete personajes de la época.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .