Dice Bulwer Lytton, por boca del doctor Fenwick (58), que “la verdadera ciencia no se
aferra a ninguna opinión, pues sólo admite tres estados mentales: negación, afirmación y la suspensión de juicio que media dilatadamente entre ambas”. Acaso fuese ésta la verdadera ciencia en los días del doctor Fenwick; pero en nuestros tiempos, la ciencia, o niega rotundamente sin tomarse trabajo alguno de investigación preliminar, o bien colocándose a prudente distancia entre la afirmación y la negación recurre al diccionario greco-latino para inventar neologismos con que poner nombre a modalidades histéricas que jamás tuvieron realidad. No es muy raro que poderosos videntes y expertos hipnotizadores hayan descrito las manifestaciones patológicas de carácter físico (aunque inaccesibles a la visión ordinaria) que la ciencia achaca a desórdenes epilépticos y hemático-nerviosos, pero que en modo alguno pueden tener origen orgánico, puesto que la lúcida visión las observaba en la luz astral, cuyas vibraciones eléctricas, según testimonio de videntes e hipnotizadores, estaban violentamente perturbadas con notoria influencia en la epidemia morbosa o mental a la sazón dominante. Pero la ciencia no ha hecho caso de ellos y ha proseguido en su tarea de dar nombres nuevos a cosas viejas. Du Potet, el príncipe de los hipnotizadores franceses, dice a este propósito: “La historia mantiene demasiado vivo el recuerdo de la nigromancia, que se presta con harta facilidad a monstruosos abusos... Pero ¿cómo descubrí yo el arte hipnótico? ¿En dónde lo aprendí? ¿En mis pensamientos? No. La misma naturaleza me reveló el secreto. ¿Cómo? Ofreciendo a mi vista, sin necesidad de buscarlos, indisputables fenómenos de hechicería y magia. ¿Qué es, después de todo, el sueño sonambúlico? Resultado del poder mágico. ¿Qué determina esas atracciones, esos impulsos repentinos, esas epidemias asoladoras, pasiones, antipatías, esas crisis y convulsiones sociales, en fin, que vosotros podéis hacer duraderas? Pues las determina el genuino principio que nosotros empleamos, el agente que sin duda alguna conocían también los antiguos. Lo que vosotros llamáis fluido nervioso o magnetismo lo llamaron los antiguos potencia oculta del alma, yugo y MAGIA. La magia está fundada en la existencia de un complejo mundo situado fuera y no dentro de nosotros, con el cual nos ponemos en comunicación mediante ciertas prácticas y artes... Un elemento natural, pero desconocido pero desconocido de la mayoría de las gentes, invade a una persona y la doblega y abate como junco al soplo del huracán; dispersa a los hombres a largas distancias, los hiere en mil puntos a un tiempo sin que descubran al invisible enemigo ni puedan protegerse a sí mismos... Este elemento escoge amigos y favoritos a cuyo pensamiento obedece, responde a sus voces y comprende el significado de ciertos signos. Todo esto es incomprensible para muchas gentes que lo repudian en nombre de la razón; y sin embargo, está demostrado y yo lo veo y porque lo veo lo digo muy alto, pues ya es para mí verdad demostrada incontrovertiblemente... Si entrase en pormenores, se comprendería fácilmente que tanto a nuestro alrededor como en nosotros mismos, entidades misteriosas de potencia y forma entran y salen a voluntad, no obstante estar las puertas bien cerradas” (59). En otra de sus obras nos dice el gran hpnotizador: “La facultad de dirigir este fluido requiere determinada complexión fisiológica... Pasa este fluido a través de todos los cuerpos, pues todos son sus conductores y a la vez medios de actuación (60)... Ninguna fuerza química ni física es capaz de contrarrestarlo, pues hay muy poca analogía entre este fluido magnético animal y los que los físicos conocen con el nombre de imponderables” (61).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .