El éxito no puede nutrir, no tiene nutrientes. El éxito no es sino pura palabrería.

Precisamente la otra noche estaba yo leyendo un libro sobre Somerset Maugham, Conversaciones con Willie. El libro lo escribió Robin Maugham, sobrino del escritor. Bien; Somerset Maugham fue una de las personas más famosas, más ricas y con más éxito de nuestra época, pero esas memorias resultan muy reveladoras. Veamos lo siguiente, las palabras que Robin Maugham escribió sobre su famoso tío: No cabe duda de que era el escritor más famoso y destacado de su época. Y también el más triste... «Verás. Dentro de muy poco estaré muerto, y la idea no me hace ninguna gracia», me dijo un día..., y dijo eso cuando tenía noventa y un años. «Yo ya soy un vejestorio, pero no por eso se me hacen más fáciles las cosas», dijo. Era rico, con fama mundial y todo lo demás, y a los noventa y un años seguía ganando una fortuna, a pesar de llevar muchísimo tiempo sin escribir ni una sola palabra. Los derechos de autor de sus libros le llegaban literalmente a montones, y también las cartas de admiradores. En aquel momento se representaban en Alemania cuatro obras suyas. El círculo volvía a ponerse en escena en Inglaterra y acababan de hacer un musical con La esposa constante. Al cabo de poco tiempo adaptarían una de sus novelas más famosas, Servidumbre humana, para una película, que podría reportarle tantos millones de dólares como Lluvia, La luna y seis peniques y El niño de la navaja. Por desgracia, lo único que no le habían reportado tanto talento y tanto éxito era la felicidad. Era el hombre más triste del mundo. «¿Cuál es el recuerdo más bonito de tu vida?», le pregunté. «No se me ocurre ninguno», contestó. «Miré a mi alrededor —dice el sobrino—, el salón con el mobiliario inmensamente valioso, los cuadros y los objetos de arte que su éxito le había permitido adquirir. Su casa y el maravilloso jardín —en un enclave prodigioso a orillas del Mediterráneo— estaban valorados en seiscientas mil libras. Tenía once personas a su servicio, pero no era feliz. »Al día siguiente, mientras leía la Biblia, dijo: "He encontrado la cita: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma?". Entrecruzó y separó las manos con desesperación y añadió: "Querido Robin, he de decirte que ese texto estaba colgado enfrente de mi cama cuando yo era pequeño". Después lo llevé a dar un paseo por el jardín y dijo: "Verás. Cuando me muera me lo quitarán todo, los árboles, la casa, hasta el último mueble. No podré llevarme ni una mesa". Y se echó a temblar, muy triste. »Guardó silencio un rato mientras paseábamos por un naranjal y dijo: "He sido un fracasado durante toda mi vida". Intenté animarlo. "Eres el escritor vivo más famoso. Eso significará algo, ¿no?", pregunté. "Ojalá jamás hubiera escrito una sola palabra, —contestó—. ¿De qué me ha servido? Mi vida ha sido un fracaso, y ahora es demasiado tarde para cambiar. Demasiado tarde." Y se le llenaron los ojos de lágrimas.».

Osho . El libro del ego .

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