No sé si es bello, pero lo que sí sé es lo que he hecho

con mi propia vida: me he disciplinado de manera rigurosa, casi brutal, y en eso hay un cierto orden atormentado. Pero probablemente usted diría que esto no es orden en absoluto. En realidad, no sé lo que significa vivir bellamente. De hecho, no sé realmente nada excepto algunas cosas mecánicas relacionadas con mi trabajo; veo, al hablar con usted, que mi vida es bastante opaca, o más bien que mi mente lo es. ¿Cómo puedo, entonces, despertar a esta sensibilidad, a esta inteligencia que hace que la vida sea extremadamente bella para usted? En primer lugar, señor, tiene que agudizar los sentidos mirando, tocando, observando, escuchando no sólo a los pájaros, el murmullo de las hojas, sino también las palabras que usted mismo usa, su sentimiento por pequeño y mezquino que sea- en relación con todas las secretas intimaciones de su propia mente. Escúchelas y no las reprima, no las controle ni trate de sublimarlas. Sólo escúchelas. La sensibilidad a los sentidos no implica complacerse en ellos, no significa ceder a los impulsos ni resistirlos, sino sólo observarlos de modo que la mente esté siempre alerta, como cuando uno camina sobre la vía del ferrocarril; puede que pierda el equilibrio, pero regresa de inmediato sobre el riel. De ese modo, todo el organismo se ajusta, se vuelve activo, sensible, inteligente, equilibrado. Probablemente usted considera que el cuerpo no es de fundamental importancia. Lo he visto comer, y usted come como si estuviera alimentando un horno. Puede ser que disfrute del sabor de la comida, pero todo es tan mecánico, tan descuidada la manera en que mezcla la comida en su plato... Cuando se dé cuenta de todo esto, sus dedos, sus ojos, sus oídos, todo su cuerpo se volverá sensible, activo y responderá apropiadamente. Esto es relativamente fácil. Pero lo que resulta más difícil es liberar la mente de sus hábitos mecánicos de pensamiento, sentimiento y acción, a los que ha sido empujado por las circunstancias, por la esposa, por los hijos, por el trabajo. La mente misma ha perdido su elasticidad. Se le escapan las formas más sutiles de la observación. Éstas significan vernos a nosotros mismos como realmente somos, sin querer corregirnos ni cambiar lo que vemos ni escapar de ello, tan sólo vernos como somos realmente, de modo que la mente no vuelva a caer en otra serie de hábitos. Cuando una mente así mira una flor o el color de un vestido o una hoja muerta cayendo de un árbol, es entonces capaz de ver vívidamente el movimiento de esa hoja mientras cae y el color de esa flor. De modo que, tanto en lo externo como en lo interno, la mente se vuelve intensamente activa, dúctil, alerta; hay una sensibilidad que la torna inteligente. Sensibilidad, inteligencia y libertad en la acción son la belleza del vivir.

Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .

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