Y dice Daniel: “... sentóse el anciano de días... (37) en su trono de llamas
de fuego con ruedas de fuego encendido... Un impetuoso río de fuego salía de su faz” (38). “Como el Saturno pagano que tenía su castillo de llamas en el séptimo cielo, así el Jehovah judío tiene su “castillo de fuego sobre el séptimo cielo” (39). Si la falta de espacio no lo impidiese, fácilmente probaríamos que los antiguos heliólatras consideraban el sol visible como emblema del invisible y metafísico sol espiritual y no creían que, según dice la ciencia moderna, la luz y el calor dimanen del sol físico ni que este astro infunda la vida en la naturaleza visible. A este propósito dice el Rig Veda: “Su radiación es perpetua. Los intensamente brillantes, continuos, inextinguibles y omnipenetrantes rayos de Agni no cesan de irradiar ni de día ni de noche”. Esto se refiere sin duda alguna al sol central y espiritual, al eterno e infinito donador de vida cuyos rayos son omnipenetrantes y continuos. El sol espiritual es el centro (que está en todas partes) de la circunferencia (que no está en ninguna); es el fuego etéreo y espiritual; el alma y espíritu del omnipenetrante y misterioso éter; el desesperante enigma de los materialistas, quienes algún día se convencerán de que la electricidad o, mejor dicho, el magnetismo divino es causa de la diversidad de fuerzas cósmicas manifestadas en correlación perpetua y que el sol físico es uno de los miles y miles de imanes esparcidos por el espacio, un reflector (40) sin más luz propia que la de cualquier astro opaco. dÍa ha de llegar en que varíe el concepto científico de la gravitación según la entendía Newton y se eche de ver que los planetas giran atraídos por la potente fuerza magnética del sol y no por su peso o gravitación. Esto y mucho más podrán aprender algún día; pero entretanto démonos por satisfechos con que se burlen de nosotros en vez de tostarnos por herejes o recluirnos en un manicomio por orates.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .