Las tres trabas de que debe librarse el discípulo antes de ser admitido a la
segunda iniciación, son: la ilusión del “yo” personal, la duda y la superstición. El yo personal debe conscientemente sentirse como una ilusión perdiendo para siempre la facultad de imponerse al alma como realidad. El discípulo debe sentirse uno con los demás; todos los seres deben vivir y alentar en él como él vive y alienta en ellos. La duda debe desaparecer de su corazón, desvanecida por el conocimiento y no por ciega repulsión. Debe conocer la reencarnación, el Karma y la existencia de los Maestros como hechos no sólo intelectualmente necesarios, sino como realidades de la naturaleza, comprobadas por él mismo, de suerte que en estos puntos no pueda en adelante turbar su espíritu duda alguna. La superstición, por último, se desvanece por sí misma a medida que el hombre progresa en el conocimiento de las realidades y a medida que comprende el papel desempeñado en la economía de la naturaleza por los ritos y las ceremonias. También aprenden entonces a utilizar estos diversos medios sin que ninguno le ligue.
Annie Besant . La sabiduría antigua .