Subrayemos, de paso, el comportamiento «animal» del mineral: está vivo, se mueve a voluntad, se
oculta, muestra simpatía o antipatía hacia los humanos, conducta que no deja de parecerse a la de la pieza para con el cazador. Aun cuando el islamismo se haya extendido grandemente por Malasia, esta religión «extranjera» se manifiesta impotente para asegurar el éxito de las explotaciones mineras. Porque son las antiguas divinidades las que cuidan de las minas, y ellas son quienes disponen de los minerales. Así, pues, es absolutamente necesario recurrir a la avuda de un pawang o sacerdote de la vieja religión, suplantada por el islamismo. Se acude, pues, al pawang, o incluso a veces a un chaman sakai (es decir, perteneciente a la población más antigua pre-malaya), para dirigir las ceremonias mineras. Estos pawang, por ser quienes conservan las tradiciones religiosas más arcaicas, son capaces de apaciguar a los dioses guardianes del mineral y de conciliarse con los espíritus que pueblan las minas. Su ayuda es indispensable, sobre todo cuando se trata de minerales auríferos (que, con los de estaño, constituyen las principales riquezas mineras de Malasia). Los obreros musulmanes deben guardarse muy bien de dejar entrever su religión por signos externos u oraciones. «Se supone que el oro está bajo la jurisdicción y en posesión de un dewa o dios, y su búsqueda es, por consiguiente, impía, y así los mineros deben conciliarse con el dewa mediante plegarias y ofrendas, poniendo gran cuidado de no pronunciar el nombre de Alá ni practicar actos del culto islámico. Toda proclamación de la soberanía de Alá ofende al dewa, quien inmediatamente «oculta el oro o lo hace invisible.» Es un fenómeno muy conocido en la historia de las religiones esta tensión entre las creencias importadas y la religión del territorio. Como en todo el mundo, los «dueños del lugar» se dejan sentir en Malasia en los cultos relacionados con la Tierra. Los tesoros de ésta —sus obras, sus «hijos»— pertenecen a los autóctonos, y sólo su religión les permite aproximarse a ellos.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .