La ráfaga de memoria que según tradición representa a los náufragos las escenas de su

vida pasadda, como el fulgor del relámpago descubre momentáneamente el paisaje a los ojos del viajero, no es más que la súbita ojeada que el alma, en lucha con el peligro, da a las silenciosas galerías en que está pintada su historia con impalidecibles colores. Por la misma causa suelen sernos familiares ciertos parajes y comarcas en que hasta entonces no habíamos estado y recordar conversaciones que por vez primera oímos o escenas acabadas de ocurrir, según de ello hay noventa por ciento de testimonios. Los que creen en la reencarnación aducen estos hechos como otras tantas pruebas de anteriores existencias, cuya memoria se aviva repentinamente en semejantes circunstancias. Sin embargo, los filósofos de la antigüedad y de la Edad Media opinaban que si bien este fenómeno psicológico es uno de los más valiosos argumentos a favor de la inmortalidad y preexistencia del alma, no lo es en pro de la reencarnación, por cuanto la memoria anímica es distinta de la cerebral. Como elegantemente dice Eliphas Levi: “la naturaleza cierra las puertas después de pasar una cosa e impele la vida hacia delante”, en más perfeccionadas formas. La crisálida se metamorfosea en mariposa, pero jamás vuelve a ser oruga. En el silencio de la noche, cuando el sueño embarga los corporales sentidos y reposa nuestro cuerpo físico, “queda libre el astral, según dice Paracelso, y deslizándose de su terrena cárcel, se encamina hacia sus progenitores y platica con las estrellas”. Los sueños, presentimientos, pronósticos, presagios y vaticinios son las impresiones del cuerpo astral en el cerebro físico, que las recibe más o menos profundamente, según la intensidad del riego sanguíneo durante el sueño. Cuanto más débil esté el cuerpo físico, más vívida será la memoria anímica y de mayor libertad gozará el espíritu. Cuando después de profundo y reposado sueño sin ensueños se restituye el hombre al estado de vigilia, no conserva recuerdo alguno de su existencia nocturna y, sin embargo, en su cerebro están grabadas, aunque latentes bajo la presión de la materia, las escenas y paisajes que vio durante su peregrinación en el cuerpo astral. Estas latentes imágenes pueden revelarse por los relámpagos de anímica memoria que establecen momentáneos intercambios de energía entre el universo vivible y el invisible, es decir, entre los ganglios micrográficos cerebrales y las películas escenográficas de la luz astral. Por lo tanto, un hombre que nunca haya estado personalmetne en un paraje ni visto a determinada persona, puede asegurar que ha estado y la ha visto, porque adquirió el conocimiento mientras actuaba en “espíritu”. Los fisiólogos sólo pueden objetar a esto diciendo que en el sueño natural y profundo está la voluntad inerte y es incapaz de actuar, tanto más cuanto no creen en el cuerpo astral y el alma les parece poco menos que un mito poético. Blumenbach afirma que durante el sueño queda en suspenso toda comunicación entre cuerpo y mente; pero Richardson, de la Sociedad Real de Londres, redarguye acertadametne al fisiólogo alemán, diciéndole que se ha excedido en sus afirmaciones, pues no se conocen todavía a punto fijo las relaciones entre cuerpo y mente. Añadamos a esta opinión la del fisiólogo francés Fournié y la del eminente médico inglés Allchin, quien confiesa con entera franqueza que no hay profesión científica de tan insegura base como la medicina, y veremos que no sin justicia deben oponerse las ideas de los sabios antiguos frente a las de la ciencia moderna.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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