Se podrá encontrar extraño, a primera vista, que establezcamos así una asimila- ción entre un
simbolismo cronológico y un simbolismo geográfico; y no obstante es a eso a lo que queríamos llegar para dar a la precisión que precede su verdadera signi- ficación, ya que la sucesión temporal, en todo esto, no es más que un modo de expre- sión simbólico. Un ciclo cualquiera puede ser partido en dos fases, que son, cronoló- gicamente, sus dos mitades sucesivas, y es bajo esta forma como lo hemos conside- rado en primer lugar; pero en realidad, estas dos fases representan respectivamente la acción de dos tendencias adversas, y por lo demás complementarias; y, evidentemen- te, esta acción puede ser tanto simultánea como sucesiva. Por consiguiente, colocarse en el medio del ciclo, es colocarse en el punto donde estas tendencias se equilibran: es, como dicen los iniciados musulmanes, «el lugar divino donde se concilian los contrastes y las antinomias»; es el centro de la «rueda de las cosas», según la expre- sión hindú, o el «invariable medio» de la tradición extremo oriental, el punto fijo alrededor del cual se efectúa la rotación de las esferas, la mutación perpetua del mundo manifestado. El viaje de Dante se cumple según el «eje espiritual» del mun- do; en efecto, solo desde ahí se pueden considerar todas las cosas en modo perma- nente, porque uno mismo está sustraído al cambio, y porque, por consiguiente, tiene del cambio una visión sintética y total.
Ariza Francisco . El esoterismo de Dante .