Entre los muchos frutos fenoménicos de nuestro siglo, la creencia de los llamados espiritistas ha

brotado de entre las vacilantes ruinas de la religión revelada y de la filosofía materialista; porque al fin y al cabo es la única que depara posible refugio, a manera de transacción entre ambas. No es maravilla que nuestro soberbio y positivo siglo haya mal acogido a los inesperados espectros de la época anterior al cristianismo. Los tiempos han cambiado de manera extraña, y no ha mucho, un conocido predicador de Brroklyn, decía acertadamente en un sermón que si de nuevo Jesús viniera y hablara en las calles de Nueva York, como en las de Jerusalén, lo llevarían a la cárcel (2). ¿Qué acogida había de esperar, pues, el espiritismo? Lo misterioso y extraño no atrae ni seduce a primera vista. rAquítico como niño amamantado por siete nodrizas, llegará a la adolescencia lisiado y mutilado. Sus enemigos son legión y sus amigos puñado. ¿Por qué así? ¿Cuándo fue aceptada una verdad a priori? Los campeones del espiritismo exageraron fanáticamente sus cualidades, y no echaron de ver sus indudables imperfecciones. La falsificación es imposible sin modelo que falsificar. El fanatismo de los espiritistas prueba la ingenuidad y posibilidad de sus fenómenos. Nos dan hechos que debemos investigar; no afirmaciones que debamos creer sin pruebas. Millones de personas razonables no sucumben fácilmente a colectivas alucinaciones. Y así, mientras el clero interpreta tendenciosamente la Biblia, y la ciencia promulga Códigos acerca de lo posible en la naturaleza, sin dar oídos a nadie, la verdadera ciencia real y la verdadera religión caminan con majestuoso silencio hacia su futuro desarrollo. Todo lo referente a los fenómenos descansa en la correcta comprensión de la filosofía antigua. ¿Adónde acudir en nuestra perplejidad sino a los antiguos sabios, desde el momento en que, so pretexto de superchería, los modernos nos niegan toda explicación? Preguntémosles qué conocen de la verdadera ciencia y religión, no en lo concerniente a meros pormenores, sino respecto a los amplios conceptos de estas dos gemelas, tan fuertes cuando unidas como débiles cuando separadas. Además, mucho nos aprovechará comparar la tan encomiada ciencia moderna con la antigua ignorancia, y la teología perfeccionada con la “Doctrina Secreta” de la antigua religión universal. Quizás encontremos así un campo neutral donde relacionarnos ventajosamente con ambas.

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

Índice