Las antiguas religiones fueron esencialmente sabeístas, y cuando lleguen a interpretarse con exactitud sus mitos
y alegorías, no sólo se verá que no discrepan lo más mínimo de los modernos conceptos astronómicos, sino que casi todos los principios de esta ciencia están encubiertos en las ingeniosas trazas de sus fábulas. Alegorizaban el movimiento de los astros, personificaban la índole de los fenómenos y en la conducta y temperamento de las divinidades olímpicas simbolizaban los principios de las ciencias físicoquímicas. La electricidad atmosférica en su estado latente está representada por los semidioses, cuya acción se limita a la tierra, pero que en sus eventuales vuelos a las regiones divinas despliegan energía eléctrica estrictamente proporcionada a la distancia a que se elevan. Las mazas de Hércules y Thor eran mucho más mortíferas cuando los dioses se cernían entre las nubes. Júpiter olímpico concentraba en su persona y atributos las fuerzas cósmicas antes de que el genio de Fidias le diese forma humana a propósito para que las multitudes le adorasen con el nombre de Máximus o Dios de los dioses. El mito de Júpiter, menos metafísico y complicado en un principio, era elocuentísima expresión de filosofía natural. Según dicen Porfirio y Proclo, al elemento masculino (Zeus) de la creación se le llamaba cabeza de los seres vivientes (Zoon-ok-zoon) cuyos femeninos principios eran Vesta (tierra) y Metis (agua). En la teoría órfica, que desde el punto de vista metafísico es la más antigua de todas, representa Zeus a la vez la potencia y el acto, la Causa inmanifestada y el Demiurgo o Creador, emanado de la invisible Potencia. Las esposas de Zeus, considerado como Demiurgo, simbolizan los agentes de la evolución cósmica, es decir, las afinidades químicas y las atracciones y repulsiones magnéticas y la electricidad atmosférica. De estos simbolismos físicos se infiere cuán versados estaban los antiguos en las ciencias físicas tal como ahora se conocen. Posteriormente, en tiempo de Pitágoras representa Zeus la metafísica trinidad o sea la Mónada que de sí misma educe la Tetractis de voluntad, mente y acción. Más adelante todavía, los neoplatónicos se abstienen de filosofar sobre la Mónada primaria, por inaccesible al entendimiento humano, y tratan tan sólo de la Tríada demiúrgica o manifestación visible y tangible de la Divinidad desconocida. Plotino, Porfirio, Proclo y otros filósofos admitieron la misma Tríada de Zeus Padre, Zeus Hijo (Poseidón o Dunamis) y de Zeus Espíritu (Nous). Este mismo concepto siguió enseñándose durante el siglo II de la era cristiana en la escuela de Ireneo, pues no hubo entre los neoplatónicos y cristianos otra discrepancia que la violenta confusión establecida por los últimos entre la Mónada incomprensible y la Tríada creadora. Desde el punto de vista astronómico, Zeus-Dionisio tiene su origen en el Zodíaco o antiguo año solar. En Libia lo representaban bajo forma de carnero y su concepto era idéntico el Amun egipcio que engendró a Osiris (dios-toro), quien a su vez es una personificada emanación del Padre-Sol o Sol en Tauro, mientras que el Padre-Sol del cual emana esta personificación es Sol en Aries. Según sabemos, el toro simboliza la potencia creadora; y precisamente uno de los principales expositores de la cábala, Simón-Ben-Iochai que floreció en el siglo I de la era cristiana, nos explica el origen de esta extraña adoración de toros y vacas. Más adelante nos referiremos a las enseñanzas de los cabalistas sobre este símbolo, según las expone Simón-Ben-Iochai, y veremos que ni Darwin ni Huxley, fundadores de la teoría de la evolución y transformación de las especies, encontrarían en él nada opuesto a la razón y sí tan sólo la contrariedad de ver que los antiguos se les hayan anticipado en el descubrimiento. Sin dificultad puede probarse que Saturno o Kronos (cuyo anillo descubrieron con toda seguridad los astrólogos caldeos) estuvo considerado desde tiempo inmemorial como padre de Zeus, antes de que éste alcanzara la suprema categoría de padre de los dioses. Es Saturno el Belo o Baal de los caldeos, que tomaron su culto de los acadianos, y aunque Rawlinson insiste en que estos últimos procedían de Armenia, no cabe admitir esta hipótesis por cuanto Belo es la variedad babilónica del Siva o Bala indo, el destructor dios del fuego que en muchos aspectos sobrepuja al mismo Brahmâ. A este propósito dice un himno órfico: “Zeus es el primero y el último, la cabeza y las extremidades. De él proceden todas las cosas. Es hombre y ninfa inmortal (16), alma de las cosas, motor principal del fuego, sol y luna, fuente del océano, demiurgo del universo, divina potestad creadora y gobernadora del cosmos. Zeus lo es todo. Es fuego, agua, tierra, éter, noche, cielos, Metis (la arquitecta primieval) (17). Eros y Cupido. Todo está comprendido en las vastísimas dimensiones de su glorioso cuerpo” (18).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .