Las alegaciones de Cooke en pro de la ciencia moderrna con respecto a la fraseología

hermética, podrían aplicarse también a la escritura hierática de Egipto que encubre todo cuanto convenía encubrir. Si Cooke trata de aprovecharse de la labor del pasado, ha de de recurrir a la criptografía y no a la sátira. Paracelso, como los demás alquimistas, exprimía su ingenio en la transposición literal y abreviatura de palabras y frases; y así, por ejemplo, escribe sufratur en vez de tártaro, mutrin por nitro, etcétera. Son innumerables las interpretaciones supuestas de la palabra alkahest. Unos creen que era una doble sal de tártaro; otros le daban la misma significación que a la voz alemana antigua algeist, equivalente a espirituoso. Paracelso llama a la sal “centro de agua donde han de morir los metales”; de lo que algunos, como por ejemplo, Glauber, infieren que el alkahest era espíritu de sal. Se necesita mucha osadía para decir que Paracelso y sus colegas ignoraban la distinción entre los cuerpos simples y sus combinaciones, pues aunque no les diesen los mismos nombres que hoy les dan los químicos, obtenían resultados imposibles de lograr sin conocer la índole de las substancias manipuladas. Nada importa el nombre que Paracelso dio al gas resultante de la reacción del hierro y el ácido sulfúrico, si las autoridades en química reconocen que descurbió el hidrógeno (42). Su mérito es el mismo. Y nada tampoco importa que Van Helmont encubriera bajo la denominación de “virtudes seminales” las propiedades inherentes a los elementos químicos que, al combinarse, las modifican temporáneamente sin perderlas en modo alguno, pues no por su enigmático lenguaje dejó de ser el químico más ilustre de su época en parigualdad de mérito con los del día. Afirmaba Van Helmont, que el aurum potabile podía obtenerse por medio del alkahest, salificando el oro de suerte que sin perder sus “virtudes seminales” se disolviera en el agua. Cuando los químicos sepan, no lo que Van Helmont decía que entendía, ni lo que se supone entendía, sino lo que en realidad entendía por aurum potabile, alkahest, sal y virtudes seminales, podrán definir su actitud respecto a los filósofos del fuego y a los antiguos maestros cuyas místicas enseñanzas respetuosamente siguieron. De todos modos, este lenguaje de Van Helmont, aun tomado en sentido exotérico, demuestra que conocía la solubilidad de las combinaciones metálicas en el agua, en lo que basa Hunt su hipótesis acerca de los yacimientos metalíferos. A este propósito dice en una de sus conferencias: “Los alquimistas buscaron en vano el disolvente unviersal; pero nosotros sabemos hoy que el agua, a favor de la presión y la temperatura, y en presencia de ciertos cuerpos muy abundantes en la naturaleza, tales como el ácido carbónico y los carbonatos y sulfatos alcalinos, disuelve las substancias al parecer más insolubles y obra como el alkahest o menstruo universal durante tanto tiempo buscado” (43). Esto tiene todo el aire de una paráfrasis de Van Helmont o Paracelso, pues ambos alquimistas conocían las propiedades disolventes del agua tan bien como los químicos modernos, y ni siquiera velaban esotéricamente este conocimiento, de lo cual se infiere que no era el agua el disolvente universal a que aludían. Entre las muchas obras de comentario y crítica que sobre la alquimia se conservan todavía, hay una de tonos satíricos de la que entresacamos el siguiente pasaje: “Podrá darnos alguna luz sobre esto la observación de que, para Van Helmont y Paracelso, el agua era el instrumento universal de la química y la filosofía natural, y diputaban el fuego por causa eficiente de todas las cosas. Creían, además, que la tierra entrañaba virtudes seminales, y que el agua, al disolver y fermentar las substancias térreas, como sucede con el fuego, produce todas las cosas y origina los reinos mineral, vegetal y animal” (44).

H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .

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