Si se admite que el Alma del salvaje está destinada a vivir y a desarrollarse,

y no condenada por toda la eternidad a su presente estado infantil, sino que su evolución se verificara después de la muerte y en otros mundos, entonces se admite el principio de la evolución del Alma, y sólo queda la cuestión del sitio donde tiene lugar. Si todas las Almas estuviesen en la tierra en el mismo grado de progreso, mucho pudiera decirse sobre la necesidad de otros mundos para la evolución de las Almas en los grados superiores al estado infantil. Pero nos vemos rodeados de Almas muy avanzadas y nacidas con nobles cualidades mentales y morales. Por paridad de razonamiento, tenemos que suponer que han evolucionado en otros mundos antes de su único nacimiento en éste, y entonces habría de sorprendernos el que un mundo que presenta condiciones a propósito, así para las Almas que se encuentran en la infancia, como para las más avanzadas, sólo esté destinado a una sola visita pasajera de aquéllas durante el período inmenso de su desarrollo, y que todo el resto de la evolución haya de verificarse en mundos semejantes a éste, e igualmente aptos para proporcionarles la diversidad de condiciones necesarias para su progreso en sus diferentes etapas, tal como las vemos cuando nacen aquí. La Antigua Sabiduría enseña, a la verdad, que el Alma progresa a través de muchos mundos; pero también enseña que nace en cada uno de ellos una y otra y otra vez, hasta que ha completado toda la evolución posible en aquel mundo. Los mundos mismos, según sus enseñanzas, forman una cadena evolutiva, y cada uno tiene su papel propio, como campo adecuado de determinado desarrollo. Nuestro mismo mundo ofrece campo propio para la evolución de los reinos mineral, vegetal, animal y humano, y por tanto, tiene lugar en él la reencarnación colectiva o individual en todos estos reinos. Ciertamente, una evolución más vasta nos espera en otros mundos; pero conforme al orden divino, no se abrirá ante nuestra mirada hasta que hayamos aprendido y dominado las lecciones que nuestro propio mundo ha de enseñarnos.

Annie Besant . La sabiduría antigua .

Índice