Dijimos que eso es posible únicamente cuando hay observación. Cuando la mente puede observar con

gran intensidad, entonces esa misma observación es la acción que pone término a la amargura. También consideramos el asunto de lo que es acción: si es que existe alguna acción libre, espontánea y que no dependa de la voluntad. ¿O se basa la acción en la memoria, en nuestros ideales, en nuestras contradicciones, nuestras heridas, nuestra amargura, etc.? ¿Está la acción aproximándose siempre a un ideal, a un principio, a un patrón? Y dijimos que tal acción no es acción en absoluto, porque engendra contradicción entre “lo que debería ser” y “lo que es”. Cuando tenemos un ideal está la distancia a salvar entre lo que uno es y lo que uno debería ser. Ese “debería ser” puede requerir años o, como muchos creen, encarnar una y otra vez durante muchas vidas hasta alcanzar esa utopía perfecta. También dijimos que existe la encarnación del ayer en el hoy; no importa que ese ayer abarque muchos milenios o sólo veinticuatro horas; él continúa operando cuando la acción está basada en esta división entre el pasado, el presente y el futuro, que es “lo que debería ser”. Todo esto, dijimos, crea contradicción, conflicto y miseria; no es acción. El percibir es acción; la percepción en sí es acción, la cual tiene lugar cuando nos enfrentamos con un peligro. Entonces hay acción instantánea. Creo que ayer llegamos hasta ese punto.

Jiddu Krishnamurti . El vuelo del águila .

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