Hagan el favor de escuchar todo esto, sólo escuchen, sin aceptar ni rechazar. Sin libertad

sólo hay desorden. El desorden dentro de la sociedad jamás es moralidad; esta sociedad, tal como es, prospera en el desorden. ¡Obsérvenlo! Pueden ver cómo cada hombre está en competencia con el otro, cómo cada uno envidia al otro y busca su propia seguridad, busca poder, posición y prestigio para sí mismo y para su familia. Y a causa de esta lucha y este conflicto, el hombre ha desarrollado cierta moralidad, la moralidad de la adaptación al desorden; esa moralidad se considera virtud, se considera que es respetable. Pero una moralidad semejante, la moralidad social, no es moralidad en absoluto; es la inmoralidad que ha creado el patrón de la sociedad, su cultura, sus religiones, su educación, sus gobiernos. Ustedes pueden ver, si prestan un poco de atención a ello, cómo están atemorizados, cada cual buscando su propia seguridad, cada cual deseando realizarse a sí mismo (sin tratar de averiguar jamás si existe eso de la realización), cada cual anhelando llegar al tope del montón, lo cual se considera alcanzar el éxito. Debemos tener libertad para producir el orden, porque la sociedad, tal como está, es totalmente desordenada, y somos desordenados dentro de nosotros mismos. Tenemos que producir orden, no el orden del gobierno, no el orden de la ley, de una sociedad que se desintegra, sino el orden que surge cuando uno está atento a este desorden y lo comprende, tanto externa como internamente; sin orden no hay virtud, sólo existe esa cosa terrible que se llama respetabilidad. Para encontrar este orden absoluto (no es que uno lo encuentre) tal como hay orden en las matemáticas, un orden absoluto-, ha de darse con él, y eso sólo es posible cuando se comprende el desorden interno. Nosotros somos desordenados, decimos una cosa, pensamos otra y hacemos una diferente; somos deshonestos con nosotros mismos. Este desorden es la búsqueda para encontrar seguridad psicológica. Obviamente, debemos tener seguridad externa, una casa, ropas, alimento; esa seguridad es esencial; pero tal seguridad externa es destruida por la exigencia interna de seguridad psicológica, la seguridad en la creencia, la seguridad en las ideologías y en las relaciones. Psicológicamente, no hay seguridad alguna; en lo interno no hay permanencia de ninguna clase. Los dioses, las creencias, las ideologías que han sido inventadas, son el producto de esta búsqueda de seguridad interna; y a los dioses se los adora de un modo tan totalmente inútil que no tienen ningún significado en absoluto, todos ellos son invenciones de nuestras mentes pequeñas y mezquinas. Uno puede ver cómo ha nacido todo este desorden: cuando el hombre es ambicioso y lucha y compite para triunfar, tiene que ser despiadado; un hombre ambicioso engendra desorden y nunca sabrá lo que es el amor. Cuando usted, a causa del miedo, cree en una cosa y cuando otro, a causa de su miedo, cree en otra distinta el dios de él y el suyo, el país de él y su país, él es indio, usted es pakistaní-, eso es desorden. De modo que sus creencias, sus religiones e ideologías, sus comunidades, sus familias, han creado este desorden, ¡sólo mírenlo! En este desorden tratamos de producir orden. Decimos: “Debemos” y “no debemos”, “esto está bien”, “eso está mal”, todo dentro del patrón del desorden. Y el orden, que es virtud, es tan claro y absoluto como el orden en las matemáticas. Ustedes tienen que tener orden, de otro modo no hay paz, de otro modo jamás sabrán lo que es la meditación. Un orden semejante no es hábito, no es la repetición de algo una y otra vez. Llega cuando hemos comprendido el desorden y lo hemos negado totalmente dentro de nosotros mismos; llega cuando no somos más codiciosos y envidiosos, cuando ya no tememos, cuando hemos abandonado completamente nuestra pequeña ideología particular, nuestros dioses y nuestro país; desde esa negación del desorden, adviene el orden; a través de la negación surge lo positivo. Para dar con esa negación deben ustedes tener una mente disciplinada en grado sumo, una disciplina que no es represión ni control ni imitación. Comprender el desorden, tanto externa como internamente, observar, prestar atención a la discordia, a la confusión, es disciplina, ¿verdad? Escuchar a quien les habla es disciplina, significa que están dedicándole toda la atención, que ponen en ello la totalidad del corazón y de la mente y espero que lo estén haciendo . Ese entregar la mente y el corazón es en sí mismo disciplina; y en esa disciplina hay belleza. Uno tiene que volverse un discípulo, no de alguna otra persona, sino un discípulo que está aprendiendo, aprendiendo a ver el desorden. El ver ese desorden es orden; uno no tiene que hacer nada y, sin embargo, tiene que trabajar muy duramente para mirar.

Jiddu Krishnamurti . Encuentro Con la Vida .

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