Los meteoritos no podían dejar de impresionar; venidos de «lo alto», del cielo, participaban de
la sacralidad celeste. En determinado momento y en ciertas culturas incluso es probable que se imaginase el cielo de piedra1. Todavía en nuestros días los australianos creen que la bóveda celeste es de cristal de roca y el trono del dios uraniano de cuarzo. Pues bien, los pedazos de cristal de roca —que se suponen desprendidos de la bóveda celestial— desempeñan un papel esencial en las iniciaciones chamánicas de los australianos, de los negritos de Malaca, en América del Norte, etc.2. Estas «piedras de luz», como las llaman los dayaks marítimos de Sarawak, reflejan todo cuanto ocurre sobre la tierra; revelan al chamán lo que ha sucedido al alma del enfermo y por dónde ha escapado ésta. Conviene recordar que el chamán es aquel que «ve» porque dispone de una visión sobrenatural: «ve» a lo lejos tanto en el espacio como en el tiempo futuro; percibe igualmente lo que permanece invisible para los profanos (el «alma», los espíritus, los dioses). Durante su iniciación se rellena al chamán con cristales de cuarzo. Dicho de otro modo: su capacidad visionaria y su «ciencia» le vienen, al menos en parte, de una solidaridad mística con el cielo.
Mircea Eliade . Herreros y alquimistas .