Por otra parte, no cree Proctor infundada su sospecha de que los planetas de más
lento movimiento ejerzan influencia superior al mismo sol, y opina que “la astrología fue formándose tras repetidas tentativas en que los astrólogos se guiaron por la observada relación entre ciertos sucesos de monta en la vida de reyes, caudillos o magnates y la posición de los astros el día de su nacimiento. Sin embargo, también pudieron algunos astrólogos imaginar influencias en que creyeron las gentes por haberlas confirmado alguna curiosa coincidencia”. Conviene advertir que aun los tratadistas formales recurren a palabras de tan vago sentido como la de coincidencia, para encubrir lo que les repugna aceptar. Pero los sofismas no son axiomas ni mucho menos demostraciones matemáticas en que por lo menos los astrónomos debieran apoyar sus afirmaciones. La astrología es ciencia tan exacta como la astronomía, con tal de que las observaciones sean también exactas, pues sin esta condición sinecnanónica una y otra ciencia incurrirán en error. La astrología es a la astronomía como la psicología a la fisiología, y tanto en astrología como en psicología es preciso ir más allá del mundo visible y entrar en los dominios del trascendente espíritu. Tal fue la vieja lucha entre las escuelas platónica y aristotélica; pero en nuestro siglo de escepticismo saduceico no prevalecerá aquélla contra ésta. Proctor parece como si viera la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo, pues si apuntáramos los errores y despropósitos de los astrónomos, seguramente excederían de mucho a los de los astrólogos (13). Sigue exponiendo Proctor en su obra cuanto de heterodoxo ha encontrado en sus investigaciones científicas y se asombra más de una vez de tan “curiosas coincidencias” como, por ejemplo, la que refiere en estos términos: “No me detendré en la curiosa coincidencia de si efectivamente conocían los astrólogos caldeos el anillo de Saturno, pues representaban al Dios de este nombre dentro de un triple anillo... Del hallazgo de algunos instrumentos ópticos en las ruinas asirias, se infiere que pudieron descubrir los anillos de Saturno y los satélites de Júpiter... Belo, el Júpiter asirio, estaba algunas veces representado con cuatro alas esmaltadas de estrellas; pero es muy posible que esto fuesen meras coincidencias”. Sin embargo, esta serie de coincidencias a que se refiere Proctor serían más milagrosas que la realidad de los hechos y no parece sino que los escépticos anden anhelosos de coincidencias. Bastantes pruebas dimos en el capítulo anterior de que los antiguos disponían de instrumentos ópticos tan excelentes como los del día. Según infiere Rawlinson de las inscripciones de los ladrillos asirios, el templo de Borsippa (Birs-Nimrud) tenía siete pisos dispuestos en círculos concéntricos de ladrillo y metal, del color correspondiente al planeta cuyas órbitas simbolizaban, y por lo tanto no cabe suponer que los instrumentos de Nabucodonosor fuesen de poco alcance ni de escasa monta los conocimientos de sus astrónomos. Tampoco es posible achacar a coincidencia que los caldeos diesen a cada planeta el color que en efecto han distinguido en ellos las recientes observaciones telescópicas (14). Asimismo, no puede ser coincidencia que Platón aludiera en el Timeo a la indestructibilidad de la materia, transmutación de fuerzas y conservación de la energía, de modo que su comentador Jowett dice a este propósito: “La última palabra de la filosofía moderna es continuación y desarrollo de los principios fundamentales de la ciencia que dejó sentados Platón” (15).
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .