Otros, a quienes llamaríamos los fuegos fatuos o hijos espurios de la ciencia, se tomaron
la molestia de observar el éter con lentes de mucho alcance, según nos dicen; pero al no ver espíritus ni espectros, ni descubrir entre sus aleves ondulaciones nada de más científica índole, viraron en redondo para tachar con lastimero acento de “mentecatos y lunáticos visionarios” (31), no sólo a los espiritistas en particular, sino a cuantos creen en la inmortalidad. Dicen sobre este particular los autores de El Universo invisible: “Han estudiado en el universo objetivo ese misterio que llamamos vida. El error consiste en creer que todo cuanto desaparece de la observación, desaparece también del universo. Sin embargo, no hay tal, porque únicamente desaparece del pequeño círculo de luz a que podemos llamar universo de observsación científica. Es un trínico misterio en la materia, en la vida y en Dios; pero los tres misterios son uno solo” (32). En otro pasaje añaden: “El universo visible debe seguramente tener un límite de energía transformable y probablemente el mismo límite en su materia; pero como el principio de continuidad repugna toda limitación, ha de haber sin duda algo más allá de lo visible, de modo que el mundo visible no es el universo total sino tan sólo una pequeña parte de él” (33). Además, atendiendo los autores al concepto del origen y fin del universo visible, dicen que si fuese todo cuanto existe, habría ruptura de continuidad tanto en la súbita manifestación primaria de él como en su ruina final... (34). Ahora bien; ¿no es lógico suponer que el universo invisible, en cuya existencia razonablemente creemos, esté en condiciones de recibir la energía del visible?... Cabe, por lo tanto, considerar el éter o medio transmisor como un puente (35) entre ambos universos, que de esta manera quedan conglomerados en uno solo. En fin, lo que generalmente se llama éter puede ser, además de un medio transmisor, el orden de cosas invisibles, de modo que los movimientos del universo visible se comunican al éter y éste los transmite como por un puente al invisible, que los recibe, transforma y almacena. Podemos decir, por lo tanto, que cuando la energía se transmite de la materia al éter, pasa del mundo visible al invisible y cuando del éter va a la materia se transfiere del mundo invisible al visible” (36). Precisamente es así. Cuando la ciencia adelante algunos pasos más en este camino y estudie detenidamente el “hipotético medio transmisor” podrá salvar sin peligro el abismo que Tyndall ve abierto entre el cerebro físico y la conciencia.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .