No hace mucho tiempo nos reveló Tyndall un nuevo mundo poblado de hermosísimas figuras aéreas.
Según dice, el descubrimiento consiste en “someter los vapores de ciertos líquidos volátiles a la concentrada acción de la luz solar o a los enfocados rayos de la eléctrica”. Los vapores de algunos yoduros, nitratos y ciertos ácidos se sujetan a la acción de la luz en un tubo de ensayo colocado horizontalmente, de modo que su eje coincida con los rayos paralelos dimanantes de la lámpara. Los vapores forman nubes de soberbios matices y se agrupan en forma de vasos, botellas, conos, conchas, tulipanes, rosas, girasoles, hojas y volutas. Dice Tyndall que”la nubecita toma en breve rato la forma de cabeza de sierpe con su boca y lengua”. Por último, como remate de tantas maravillas, dice que en cierta ocasión tomaron los vapores figura de pez, con sus ojos, aletas y escamas, tan estrictamente simétrico que no había señal en un lado que no estuviese también en el otro. Este fenómeno puede explicarse en parte por la acción de los rayos lumínicos, según Crookes ha demostrado recientemente, pues cabe suponer que el haz horizontal de rayos luminosos disgregue las moléculas de los vapores y vuelva a agruparlos en forma de globos y husos. Pero ¿cómo explicar la formación de vasos, flores y conchas? Esto es para la ciencia tan enigmático como el meteoro felino de Babinet, aunque no sospechamos que Tyndall dé a aquel fenómeno la absurda explicación que Babinet al suyo. Quienes no hayan estudiado el asunto, tal vez se sorprendan de ver lo mucho que en la antigüedad se conocía del omnipenetrante y sutilísimo principio hace poco bautizado con el nombre de éter universal.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .