Es muy singular la escrupulosidad con que tanto los autores clericales como los ateos intentan
trazar el límite entre lo que debemos aceptar y lo que debemos rehuir de los escritores antiguos o por lo menos ponerlo en duda. Si, por ejemplo, nos dice Estrabón que el perímetro de Nínive medía cuarenta y siete millas, y admitimos su testimonio en este punto, ¿por qué recusarlo cuando asevera el cumplimiento de las profecías sibilinas? No es de sentido común honrar a Herodoto con el título de padre de la historia y tachar después de necia jerigonza el relato de los maravillosos fenómenos que personalmente presenció. Acaso necesiten los científicos de toda su cautela en este particular para que las gentes no salgan de su engaño. Sin embargo, se sabe que siglos antes de nuestra era ya emplearon los chinos para desmontes y voladura de rocas la pólvora, cuya invención se había atribuido a Schwartz y Bacon. Según dice Draper (64), en el museo de Alejandría se conservaba la máquina de vapor inventada por el matemático Hero, un siglo antes de J. C., cuya forma era parecida a la de las actuales colipilas, por lo que añade el mismo autor que nada tiene de casual la invención de las modernas máquinas de vapor. Se engríe Europa de los descubrimientos de Galileo y Copérnico, y sin embargo, las observaciones astronómicas de los caldeos datan de un siglo después del diluvio, cuya fecha computa Bunsen en 10.000 años antes de la era cristiana (65). Por otra parte se sabe que 2.000 años antes de J. C. un emperador chino sentenció a muerte a los dos astrónomos de la corte por no haber vaticinado un eclipse de sol.
H.P. Blavatsky . Isis sin Velo. Tomo 1 .